27.11.07

los seres humanos somos tan vulnerables...


Después de pasar un fin de semana de festejos regreso a casa para descansar y poder pasar varias horas pompi al día siguiente con la tesis de doctorado que me tiene bastante alterada de mis nervios, pero cuál fue mi sorpresa? Un vecino, chavo, que siempre estaba con su palomilla en el callejón donde vivo, se había suicidado. Entrar en detalles sería morbo. El desasosiego que ahora siento se debe a la zozobra de todos, estabamos pasmados, no sabíamos qué hacer y el callejón se había transformado: pasó de ser un lugur lleno de risas, de chiquillos jugando, a una peregrinación de gente entristecida, muda. El silencio acallaba cualquier supiro e intento de llanto.
En realidad lamento el suceso porque yo también pasé gran parte de mi infancia jugando en la calle como esos chiquillos, y quizá la imagen de verlos reir todo el tiempo fue lo que me trajo a vivir aquí. Sadrac era muy buen jugador de futbol, no pasaba de los diecisiete, fue el primer nieto de varios y todos los que ayer estabamos realmente lamentamos este suceso. Descansa en paz que sólo tú sabes qué tan grande era el pesar para no querer continuar viviendo.
Obviamente hoy no puedo concentrarme, ya llevo una hora pompi tratando de poner en orden mis ideas para seguir redactando, pero solamente se me viene a la mente la cara de Sadrac, la gente iendo y viniendo con comida y sillas, a ratos sentada, a ratos parada, con frío, con hambre, llorando y esperando a que llegar el féretro. _Yo no aguanté más, me venció el cansancio, Rocío me despertó en la madrugada para avisarme que ya estaban aquí pero ya no quisimos bajar. Es uno de esos momentos donde la privacidad de una familia no se puede irrumpir porque ninguna palabra de aliento puede aliviar el dolor de una madre, de una abuela, de un tío, de un hermano... La vida sigue, nos dijo su primo cuando le dimos el pesame. Ciertamente es verdad, pero no puedo dejar de pensar que tan sólo unas horas antes festejaba el cumpleaños de un ser querido y ahora, a pesar de la distancia que me sepera de Sadrac y su familia, me siento tan vulnerable que mi cabeza no para de pensar lo infeliz que he sido por querer ser feliz, cuando en realidad sólo se trata de estar, de fluir, de no luchar contra la corriente, porque auqnue nos burlemos de la muerte, cuando te toca, te coca y cuando pensamos que no, también. No hay escapatoria y, paradojicamente, es lo único seguro que tenemos.
Callejón Clementeco,
26 de noviembre de 2007.

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