Hace unas semanas un estudiante y yo nos encontramos en un café para que me platicara sobre su proyecto de tesis. Al empezar a explicarme por qué dejó la tesis hace unos años afirmó muy convencido: seguramente para ti ha sido fácil porque estudiaste en una universidad privada.
No, no ha sido fácil, he tenido que trabajar de tres a cinco veces más que mis colegas en la universidad, contesté enfáticamente. No vengo de una familia de académicos ni de intelectuales; en mi casa de la infancia la biblioteca familiar se limitaba a las enciclopedias que asemejan la bandera francesa: azul (historia universal), blanca (algo de religión) y roja (historia de México), más la revista del Readers Digest que no faltaba en el baño. Tampoco tuve un maestro/a que me apadrinó y he dado muchos tumbos tratando de encontrar mi camino. Me quedé pensando y terminé la idea diciendo: quizá me hubiera ido mejor de haberme dedicado a la administración.
Seguimos trabajando en su proyecto de tesis, nos despedimos, se llevó trabajo a su casa y yo también: le seguí dando vuelta a la aseveración de que "para mí ha sido fácil" y eso me ha llevado a hacerme otra serie de preguntas. ¿Cómo vive mi generación la realización profesional? ¿Cuáles han sido los costos en lo personal? ¿Por qué un supuesto éxito profesional de las mujeres en la academia se observa sencillo?
Lo que observo en mi entorno, en mis colegas de mi generación, mujeres que estamos por cumplir cincuenta años, con un perfil académico muy similar: estudios de posgrado, casi siempre en el extranjero, tiempos completos en alguna universidad pública o privada, un nivel de vida económico aceptable, tiempo libre para hacer otras actividades, todavía con pretensiones de pensión/jubilación, interés por ser reconocidas o por lo menos contar con el estímulo del SNI, etc., es que para ninguna ha sido fácil porque fuimos la segunda generación de mujeres que tomamos las aulas, los centros de investigación, las publicaciones, los espacios académicos coptados por los hombres.
La primera generación, mis maestras, me abrieron camino, pienso en Mónica González y Francesca Gargallo (ambas murieron en plena madurez intelectual). Mi generación ya no esperó a que las cosas se fueran dando, con el inicio de este siglo lo hicimos posible, nos titulamos con doctorado, empezamos a publicar y a dar clases muy jóvenes.
A mis cuarenta y ocho años tengo mucho camino recorrido y tinta regada en diferentes obras colectivas e individuales. Sin embargo, parece que no es suficiente. Parece que hay que seguir luchando, ocupando espacios, sin importar lo que tengas que decir o a quién debas quitar en el camino, cuando la actividad a la que nos debemos, la actividad intelectual, necesita tiempo libre y mucho diálogo.
La relación que tenemos con el tiempo libre ha sido el costo profesional de muchas de nosotras y no solo en la academia, recientemente han salido varias publicaciones, podcasts y demás donde las mujeres "exitosas" hablan de lo que ha sido para sus vidas personales carecer de tiempo libre y cómo el condicionamiento a cumplir, a probar-se, a merecer un puesto, un reconocimiento, las fue acercando a aquello que heredamos de la cultura laboral de los hombres: hay que trabajar duro para lograr lo que te propones. Una falsedad a todas luces.
Cuando decidí dedicarme a la academia yo solo quería tener tiempo libre (vacaciones) y dinero para viajar, después le encontré el gusto a la actividad intelectual, pero mi vocación fue bastante mal vista incluso por mi familia y tampoco nadie me dijo que iba a ser un camino fácil porque el tiempo libre no cotiza en el dichoso éxito profesional de mi generación.
CDMX enero 2023.
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