I El filósofo
Érase un hombre sabio que dedicó gran parte de su vida a estudiar la tradición filosófica, a transcribirla, a explicarla. Una vez que cedió a los embrujos de los grandes pensadores se dedicó a buscar la filosofía en su propia tierra. Viajó por los rincones de las filosofías prehispánicas, por las filosofías antiguas, por las filosofías silenciadas por Occidente. Una vez que sació sus ojos con las enseñanzas de los otros sabios escribió sus postulados. Se hizo famoso, se hizo maestro de muchos, se hizo sabio, pero pecó de ingenuo. Pensó que con el conocimiento abstracto se puede abrazar a la humanidad, Se equivocó. Al final de sus días decidió abrazar la humanidad trabajando para ella. Se deprimió. Ninguna de sus teorías explica la dinámica de quienes están atrás del poder. El hombre sabio cuestionó sistemas, estructuras, formas de pensamiento, pero se le olvidó cuestionar al ser humano que las pone en práctica. Lo dejaron solo y en la soledad se dio cuenta que estaba equivocado.
II El ego
Quienes están detrás (y atrás) del poder esperan pacientes a tener una oportunidad. Una vez instalados son insaciables, crueles, cínicos. El fin justifica los medios, dirían algunos, aunque el costo sea demasiado alto. Un costo que evidentemente ellos no asumen pero afecta en lo más sensible a quienes de lo lejos o de cerca lo perciben. El ego es el gran traidor de la sabiduría. Ego en masculino, sabiduría en femenino. Ego de Occidente, sabiduría de la madre tierra. El ego nos hace levantarnos un día por un aplauso, por un reconocimiento, por un deseo, pero también nos tira por años en la más profunda vacuidad. El ego es un espejismo en el desierto de la trastocada mezquindad humana.
III La compasión
La cicuta del hombre sabio fue el ego de sus estudiantes. Como Sócrates prefirió el juicio en lengua extranjera, prefirió el silencio y el aislamiento. El hombre sabio muere de tristeza por la traición de quienes no pudieron controlar su ego y asume con compasión su inmadurez espiritual. El costo no será para él sino para quienes se quedan con la idea de triunfo (o fracaso). El hombre sabio es sabio porque puede tomar distancia del ego de sus ahora detractores, pero le aflige no tener tiempo para reescribir sus postulados, para poner en el centro de la discusión al ser humano y no a los sistemas ni a las estructuras. Sabe que se equivocó en sus hipótesis que se hicieron tesis, pero también sabe que a días de su despedida la compasión es para con él mismo, quizá habrá tiempo de escribir algo más antes del gran final. Una idea, una hipótesis, una tesis que evidencie la debilidad humana, debilidad con la que a diario convivimos.