6.2.16
#241
Barcelona se recorre caminando, da igual si es una cuadra o cuarenta minutos, lo que me toma de ir a mi casa (l'Eixampla) a la barceloneta, a la playa. Un recorrido que atraviesa culturas no sólo barrios, según por donde bajes (aquí tienen muy claro las coordenadas montaña-mar, mar -montaña) el paseo hasta la playa es polifónico. Si bajas por la rambla (de Cataluña) verás a todos los turistas. Un paseo que es mejor evitar cuando ya conoces la ciudad porque te absorbe la energía de tanta gente caminando en automático, ya sea de subida o de bajada. Y al final te topas con la estatua de Colón. El Colón que mira y señala a tierras nuevas, América, el continente. Aunque como le pusieron el maremagnum de frente, uno de estos centros comerciales en el puerto, como de esos que van poniendo las ciudades que quieren ser modernas, en realidad parece que el Colón saluda al capitalismo, otra forma de ser colonia. En cambio, si bajas por ronda san antoni y te desvías por el raval (la rambla de) el paseo cambia. Ahí nos encontramos las minorías, los migrantes, los lugareños. Quienes de alguna forma hemos renunciado al acelere de la ciudad. Hasta la topografía es distinta, árboles y sol, que en invierno se agradece, una escultura de un gato (el de Botero), y variedad de comidas. A Colón no lo podemos evitar, porque se cruza en el camino, solo que ahora lo vemos de reojo. El siguiente trayecto, el que te lleva a la playa, vuelve a ser de turistas, sobre todo en domingo. Afortunadamente las calles son anchas, y a pesar de los restaurantes montados sobre las aceras, donde puedes encontrar el mejor fideuà y arroz negro, el trayecto se hace ligero una vez que te topas con el Mediterráneo. Un azul profundo. Una playa echiza, modificada para hacerla turística. Da igual, a nadie le importa cómo se mantiene llena de arena, sino cómo pasar un buen rato. En invierno cala la humedad del frío. En verano cala la sequedad del calor... Por más obvio que parezca. Aun así, un picnic solitario o un chapuzón grupal siempre se agradece, eso sí, nunca puedes dejar tus pertenecías a la deriva porque desaparecen. Aquí se roban lo que esté a la mano con mucha facilidad, pero no por eso la gente anda con miedo, sino todo lo contrario. A la vuelta ya puedes ir parando. Lo mejor es regresar por el raval y tomar una cerveza en el Ámbar o comer un durum en alguno de los restaurantes de barrio. Con este recorrido ya se te fue todo el día. Un café o una peli y no necesitas más. Así es la vida en Barcelona, un paseo diario.
#240
Fueron días de reseca emocional. Una sentimiento desconocido. Un ego apabullado que se rehusaba a reconocer su propio fraude. Fue como un desprendimiento, un duelo, una invitación a recolocar las prioridades. Dos dias encerrada lidiando con esa fuerza interna que se negaba a aceptar la pérdida, la pérdida del yo. Algo se rompió por dentro, una coraza más, una de tantas. Al día siguiente hice yoga, sudé como nunca y dormí profundamente, todo el día y toda la noche. Un sueño pesado y profundo. Estaba enferma, enferma de ego. Un ego rencoroso.
#239
Volví a abortar la misión tinder. Hay cosas que definitivamente no son para mí y el ligue virtual es una de esas. Repito, no hay nada como encontrar una mirada al girar la cabeza y sonreír. Quizá con un solo gesto se afirma lo indecible. Quizá con un gesto se desnuda el alma. Ahora, sin mofa de mi misma, que se me da muy bien e incluso lo disfruto, puedo reconocer ese gusto por estar sola.
2.2.16
#238
Leo con atención un libro sobre la vida de Spinoza. Un libro que me recuerda el recorrido que hice de sus casas hace algunos años (visita que no he hecho con ningún otro pensador ni escritor, quizá solo para visitar la tumba de mi abuela). Primero fuimos a la casa de La Haya, donde el morbo me llevó a fotografiar a algunas de las prostitutas del callejón de enfrente que furiosas arremetieron contra mí esa lengua en que Spiniza no quería ser traducido por temor a que lo enjuiciarán. La otra en Rinjsburg, una casa perdida en la cotidianidad social donde además de la hoja de visitantes que te hacen firmar encuentras poco o nada de objetos valiosos porque los más personales los subastaron una vez muerto y los que se exhiben son quizá una reproducción de los anteriores. Si no conociera esos lugares pensaría que la misma vida de Spinoza no es más que otra ficción. La ficción de un ser que no le sobreviven más que sus libros porque no existe una tumba ni un señuelo de la existencia de su entierro, solo la fecha de su muerte y de los muertos que junto con él compartieron la fosa común.
1.2.16
#237
pienso en mi futuro como algo tan cercano, al igual que lo hago con el pasado. no alcanzo a sentir la distancia de los años y me asusta la velocidad con la que he vivido. miro las caricaturas de la infancia o me recuerdan alguna película y no puedo creer que hayan pasado más de treinta años. hago planes para seguir viajando sin importarme lo que no tengo. no tengo una casa ni un carro ni un hijo ni un marido. tengo una familia de amigos, de hermanos, de gente cercana. veo el futuro al infinito, como cuando tenía siete, quince o treinta años. veo hacia atrás como si no hubiera crecido nunca. lo único que me delata es el cambio de mi propio cuerpo. estoy en crisis me repito a cada tanto. la crisis de los cuarenta. estoy a mitad de mi vida.
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