19.4.16

#298 Crónicas de viaje: Israel-Palestina

Día 8

I
El avión salía a las nueve am. Tenía que estar a las seis am. Había puesto el despertador a las cinco am. Salí a la calle a coger un taxi, tuve que caminar un poco, me consolaba que para ellos el domingo era nuestro lunes y que en algún momento pasaría alguno libre. Veinte minutos tardé en conseguirlo. Llegué al aeropuerto 6:20 am y mal humorada. Busqué la aerolínea y obviamente estaba repleta. Otro avión jumbo para la vuelta. Una familia de judíos-argentinos se colaron delante de mí. Ya había entendido que la actitud pasiva no va con esta sociedad, si quieres que no pasen por encima de tu espacio vital tiendes que empezar a repartir codazos y así lo hice. Llegué frente al entrevistador. No carburaba ni en inglés ni en español. Me preguntó que a donde iba le dije a Jerusalén y Tele Aviv. Me volvió a preguntar, le dije que a Barcelona. Pidió el pasaporte, se lo entregué. Preguntó porque había estado en Nador, le contesté. No hizo más preguntas. Pidió que lo siguiera. Me imaginé en el cuarto de las entrevistas. Imprimió una etiqueta y la pegó a la mochila. Me deseó buen viaje y alcancé a entender que me iban a revisar.

II
Al entregar el pase de abordar me enviaron a otra puerta. Junto a una negra y a una árabe. A todas nos revisaron el equipaje de mano, nuevamente el escaneo de todos los aparatos eléctricos. Terminó la revisión y me dejaron ir. No lo podía creer. Ya había preparado mi entrevista en la cabeza. Dudé, seguramente no me volverán a dejar entrar nunca más a este país. Tampoco me importó, no sé si quiero volver en estas condiciones. Fui por mi pase de salida, ahora el permiso es rosa y sustituye al sello de migración en cualquier otro país. Me senté a esperar. Nuevamente el vuelo iba retrasado. Empecé a leer La nostalgia feliz, era lo único que me distraía. Llamaron para abordar, nos formamos, nuevamente la gente queriéndose meter en mi lugar y con mi bolsa los golpeaba. No está de más decir que esta actitud termina sacado de sus casillas a cualquiera que no esté acostumbrado. En el avión lo mismo para ocupar los asientos. En un momento del viaje me dio un ataque de ansiedad, pero esta vez pensé que si me pasaba algo, que se hicieron cargo ellos, seguramente me dirían que me tranquilizara en tono militar y me darían una cachetada... Ya estaba muy molesta porque todo el rato pegaban en el asiento quienes no podían quedarse sentados. Preferí retomar la lectura y me topé con una párrafo de Nothomb: "Esta pulsión de aniquilación de uno mismo tiene una potencia demencial. Nunca me he dejado vencer por ella, pero la he experimentado miles de veces, sin que ninguna explicación haya logrado convencerme". Me tranquilizó. Al poco rato sirvieron de comer y después pude dormir.

III
Casi al aterrizar un hombre abre el compartimento de arriba del asiento y empieza a meter maletas. Lo observo. Deja la mía al fondo y le digo que la ponga arriba. No cierra la gaveta. Le digo que tenga cuidado, que ahí va mi cámara. Duda y le digo en tono irónico, qué no hay otro espacio donde guardar sus cosas. Voltea y abre otra gaveta. Aquí. Dónde quiere que ponga sus cosas, me pregunta. Me río de enojo. Donde están. Se da la vuelta y se va. Estoy a punto de enfurecer. Aterrizamos. Por fin. Me urge dejar ese avión, el slogan de la compañía dice algo como no solo es un avión, es el país entero. Pienso que es la extensión de su pequeño-gran coto de poder, ahí no puedo gritarle a ninguno porque me encierran, pero ya estando afuera puedo enloquecer si es necesario. Corro para cruzar migración lo antes posible y no volver a ver a esta gente. Para mi decepción, habían llegado tres vuelos al mismo tiempo y tenían abiertas solo cinco ventanillas. Me formo, no sin antes luchar con dos grandulones que querían rebasarme. Empiezo a dar golpes con mi mochila. Una hora en la fila, una hora con dos hombres encima de mí que no conocen el mínimo respeto por el espacio vital. Mi turno, revisan mi pasaporte, ven mi visa, y me dan la bienvenida. Estoy en casa.




#297 Crónicas de viaje: Israel-Palestina

Día 7

I
Había decidido ir a la playa, a tomar el sol y nadar un poco en el mar (llevaba meses sin estar en el agua, el mar muerto no cuenta), previo al último tour que había contratado, ahora para conocer Tel Aviv. Tomé un café con pan, escribí un poco antes de salir. Esta vez no compré jugo porque pensaba desayunar algo en la playa. Shorts, bikini, toalla. Caminé hasta la parte israelí. Error. Hubiera sido mejor quedarme en la parte de Jaffa. Llegué temprano, alquilé sombrilla y camastro. Me recosté a contemplar el mar. Pasaron un par de horas y la playa empezaba a estar repleta. Ya me había remojado un par de veces, el agua fría fría que seguramente ayudó a la circulación había templado mi cuerpo. Tenía hambre, me acerqué al quiosco a pedir algo. El camarero mal encarado hizo como si no comprendiera mi pregunta sobre si vendían comida, le volví a preguntar. Negó con la cabeza y se giró. Regresé al camastro, ya empezaba a estar un poco engentada, había escogido la playa "familiar". Una escena peor que en la familia burrón, chamacos por todos lados gritando y aventando arena. Al principio me parecieron simpáticos, después los quería borrar a todos de mi espacio vital. Ya no digamos a los adultos, gritones, invasivos y sin considerar mi presencia a su lado. Los de la izquierda, que eran dos, al final terminaron siendo ocho, en el mismo pedazo de arena que tenían desde el principio. A su lado un grupo de señoras mayores con el bronceado de la anciana que sale en la película de Loco por Mary. A mi derecha, un grupo de adultos panzones comiendo semillas y escupiendo la cáscara en la arena. Atrás familias con hijos, más atrás familias con más hijos.

II
Era temprano, todavía me quedaban un par de horas antes de ir al tour, decidí pedir algo de comer al camarero de la playa. Me prestó el menú y pedí lo que entendí, es decir "sandwich de pollo...". Obvio no leí lo que venía después de los tres puntos o si lo leí no lo entendí. Me entregó un pan pita partido en dos relleno de vísceras de pollo con mayonesa preparada y una ensalada de pepino a lado. Cuando lo vi pensé que era carne y se había confundido, pensé en comérmelo y no decir nada. Conforme le fui agarrando el sabor me di cuenta que me estaba comiendo los riñones, el corazón y lo demás que se pueda comer del pollo. Me terminé la primera mitad pero ya estaba un poco asqueada (y eso que soy de buen comer). Todavía tenía hambre y pensé en comerme la segunda mitad, lo hubiera hecho si no lo hubiera abierto, lo primero que vi un corazón (grande) de pollo. Me dio asco, lo cerré y me comí el pepino picado. Hasta la cebolla me hizo feliz. El sabor al principio lo había disfrutado pero la consistencia chiclosa hizo imposible que terminara de comerlo.
Me puse los audífonos para aislarme de la gente con poco éxito, en los diez centímetros que quedaban entre mi camastro y la silla de la derecha pasaban los niños mojados que salían y entraban al agua. A veces también los papas gritando que no se metieran tan al fondo. Ví el reloj y pensé que todavía tenía tiempo y que quizá podría meterme una vez más al agua. La playa de Tel Aviv es como la de Tampico, caminas y caminas y caminas y como cincuenta metros después empiezas a flotar. Pensé en mojarme solo los pies y terminé mojándome todo el cuerpo. Regresé por mis cosas y huí. No podía más, en México le hubiera avisado a los de junto que me iba, por si querían ocupar el espacio. Aquí me daba igual, el espacio iba a ser del más gandalla. Inmediatamente pensé: los israelíes en algún momento van a terminar corriendo a los palestinos y cuando no tengan un enemigo en común van a empezar a matarse entre ellos. Me dio pena. Sobre todo porque este conflicto es de muchos y muchos gobiernos son responsables de la injusticia histórica con una comunidad particular.

III
Regresé al hotel, me bañé y salí para el punto de encuentro, nuevamente la torre del reloj de Jaffa. Eramos solo tres los apuntados al tour, tendría que haber cuatro para salir. Tenía ganas de que se cancelara. Estaba insolada. Al final el guía decidió que lo hacía con los tres que estábamos, un italiano, una argentina y yo. En todo el camino no hablamos entre nosotros, solo nos dirigimos al guía. No sé si el efecto de invisibiizlar al otro ya lo habíamos adoptado. Lo cierto es que yo ya iba con la reserva de la batería y mi cuerpo andaba en automático. Nuevamente nos contó la historia de una ciudad que tiene a lo más cincuenta años de existencia, que ha tirado todo el pasado de otras culturas y que empieza a tirar parte de su propia historia, o sea, no hay mucho que ver en Tel Aviv, salvo algo de Art Decó, de Bauhaus y otro tanto de lo moderno contemporáneo. Aun así el guía hacía narraciones extensísimas de la grandeza judía. Sólo veía el reloj, me parecieron las dos horas más largas del viaje. Me distrajo la pistola que traía en la cintura. Pensé en preguntarle si era necesario cargarla todo los días pero me contuve varias veces, solo lo observaba y observaba su pistola cuando iba detrás de él. No se dio cuenta que se asomaba hasta tiempo después e inmediatamente la cubrió con su playera. Terminamos en tour y tenía que volver a Jaffa, era otra media hora de vuelta y no me quería perder. El guía dijo que enseñaba el camino de regreso, por un momento estuve a punto de decirle que no, pero estaba tan cansada que acepté.

IV
El regreso fue mejor. Con mi actitud de ignorante no politizada pude hacerle todas las preguntas que tenía. Obviamente la actitud de macho-blanco-colonizador afloró y contestó todas mis dudas con un cinismo impecable. Militar, capitán de 58 años, que había trabajado para el gobierno en Estados Unidos. Supongo que retirado, pero también una forma de espía, tener contacto con el turismo e identificar los posibles terroristas. Como maestro de primaria fue exponiendo cada parte de lo que le preguntaba. Cómo viven el día a día, me acordé no solo por la pistola, sino porque en la comida del día anterior me habían comentado que después de un atentado quedas sensible y no te dan ganas de salir a la calle, sobre todo a los lugares donde se concentra la gente. Me contestó que el no vive con miedo, que ahí no pasa nada, que tiene su rutina, llevar a su hija al colegio, recogerla, trabajar. Ese es su día día. Le pregunté sobre el conflicto, dijo que el conflicto está en Jerusalén, en el dominio de la Mezquita. A ellos les preocupa la comunidad que vive ahí, no la que está del otro lado de la frontera. Sobre los territorios ocupados y la expansión del dominio israelí contestó que de momento no piensan  controlar más. No le creí. A diferencia de Mohamed, que se burla de la frontera israelí porque dice que solo sirve para encerrar a los judíos, al guía le parece natural, es una forma de delimitar el territorio y protegerse. Se burla de la intervención estadounidense, dicen que no entienden nada del conflicto, que de principio los acuerdos se deben firmar en árabe, no en inglés como ellos quieren. Sobre la convivencia fronteriza dice no haber problemas, la lengua común es el inglés, la que se enseña en las escuelas además del árabe o el hebreo, según la comunidad a la que pertenezcan los alumnos. Me regaló un separador de libros con los diferentes rompimientos históricos y ocupaciones del territorio desde la era de piedra (5800 adc) hasta 1948, que es cuando la ONU determina la ocupación de la mitad del espacio para los judíos (lo que sería Israel). Me explicó cada época. O sea que el regreso de media hora se convirtió en un hora, lo cual le agradecí como investigadora, aunque nunca se lo dije. Una vez que terminó de explicar la línea del tiempo que seguramente el había diseñado, sonreí y le dije que entonces después de Israel seguramente vendría alguna otra comunidad, parece que esta tierra al final no es de nadie. Sonrío sin ofenderse pero dejó de ser elocuente el resto del camino. Ya faltaba poco para llegar al sitio donde había estacionado su auto, así que nos despedimos, no sin antes agradecerle su tiempo.

V
Comí un sushi, no podía más con el humus ni el falafel ni con las vísceras de pollo. Pasé por unos panecillos para tomar café en la terraza y no salí hasta el día siguiente.

Foto: Roxana Rodríguez



#296 Crónicas de viaje: Israel-Palestina

Día 6

I
Estaba como nueva. Había podido dormir cantidad de horas, las que no había dormido en los días anteriores. Tenía previsto hacer un tour para conocer Jaffa, después una comida con unos amigos de mi hermano que están viviendo ahí y un paseo por la playa en la tarde. Un café en la terraza y empecé a escribir las travesías del viaje. Llegaba la inspiración después del reposo. Escribí hasta poco antes de la once de la mañana que era cuando iniciaba el tour.

II
Compré un juego, aquí afortunadamente tiene mucha fruta, y descubrí el juego de granada, una delicia. Algunos días lo mezclaba con jugo de naranja, otros con toronja. Es mejor la primera combinación, la segunda es muy ácida. Me dirigí al punto de encuentro. La torre del reloj de Jaffa, de la cual obviamente nos contaron la historia. Aquí todo son historias inventadas o reinventadas, donde casi siempre los protagonistas principales por casualidad, terminan siendo judíos... El guía, un cuarentón ingles, bastante flemático. Nos caímos mal desde el principio. De hecho, a estas alturas del partido yo ya me caí un poco mal a mí misma. Había decidido hacer el performance de turista ignorante no politizada que se creía el cuento de todo. Además, a diferencia de la gente en Jerusalén que está muy pendiente de ti, acá te ignoran toda el tiempo, no solo con la mirada, también con el cuerpo, la gente es invasiva del espacio vital e irrespetuosa de tu dignidad, ya no digamos de tu propia cultura. No les interesa más que lo que sea judío, de preferencia europeo o estadounidense. Lo demás no existe.

III
Obviamente, desde el inicio del tour me desconecté. El guía en algún momento se dio cuenta y me dijo en su mal español, si no entiendes algo me puedes preguntar. Le contesté en mi perfecto español. Entiendo todo, gracias. Nos enseñó Jaffa, los recovecos, con los cuales seguramente no hubiera dado en un día. Algunos lugares hermosos. De hecho, si fuera una persona no politizada y critica del sistema (en general) diría que Jaffa es un gran lugar para conocer.
Cuando sacó el antiguo testamento y empezó a leer partes, no pude más. Ahí me concentré en el helado de chocolate que me estaba comiendo. Pensé en abortar la misión, pero todavía me queda tiempo para ir a la próxima cita, así que esperé a que concluyera el tour. En un momento me le acerqué, quizá solo por molestarlo, y le dije con mi perfecto inglés (o eso hubiera querido, falso, mi inglés es muy básico) que me recomendara algunos libros, que era investigadora y necesitaba comparar las posturas. Se enfadó un poco, me dio un par de nombres e hizo como si le urgiera contestar una llamada. Seguimos avanzando, se acercó a mí. Me dijo que había escuchado a Edward Said en Oxford, cuando era estudiante. No sé que dijo sobre la conferencia, y le contesté que había estado en Palestina. Nuevamente se incomodó y dejó de escucharme. Se acabó el tour. Pidió amablemente su propina.

IV
Había quedado a las dos para comer. Empezaba el shabat y la gente estaba como loca en la calle, comprando por aquí y por allá. Mucho tráfico por todos lados. Tenía que caminar a Tel Aviv, había visto que eran como cuarenta minutos, decidí hacerlo. Obviamente me perdí, terminé tomando un taxi que afortunadamente me llevó al destino. Esto es lo que tiene Tel Aviv, hay gente amable todavía, poca, pero hay. Me encontré con los amigos de mi hermano. Me dio un gusto enorme hablar con gente conocida y en español, llevaba toda la semana pensado en inglés. Hablamos de todo, la comida estaba buenísima. La cocina israelí tiene su punto de exótico, incluso para una mexicana. Ese día pidieron entre varios de los platillos algo como cuello de ternera a las especies. Buenísimo. Nos tomamos algunas cervezas y nos despedimos un par de horas después. Había sido muy ilustrador, me habían resuelto no solo dudas, sino que había podido confirmar algunas aseveraciones.

V

Regresé a Jaffa por el malecón. De un lado, la playa de los israelíes, que aunque no está estipulado, la misma distribución urbana así lo delimita. Por otro lado, llegando a Jaffa, los musulmanes. Me senté alrededor de una hora a observar a la gente pasar mientras se ponía el sol. Sentí paz. Me acordé de Derrida y su monolingüismo del otro, lo importante que es la lengua materna y el sentimiento de orfandad cuando te prohiben hablarla. El ocaso, un espectáculo, como en cualquier rincón del mundo. Compré algo para cenar en la terraza. Quería seguir escribiendo.

Foto: Roxana Rodríguez

#295 Crónicas de viaje: Israel-Palestina

Día 5

I
Jueves. Primer día que me siento a desayunar con calma. Un desayuno abundante, me lo comí todo. Regresé al hotel por mi maleta para tomar el tranvía que me llevaría a la estación central de buses (CBS). Tomé el 405, el que va a Tel Aviv. Cosa curiosa, la estación está en un edificio de cuatro o seis pisos, abajo es un tipo de centro comercial, tipo mercado, arriba salen los autobuses. Alcancé ventana y junto a mí se sentó un soldado, iban varios, uno con un arma enorme en el asiento de enfrente. Todos adolescentes, entre 18 y 21 años, que es la edad en la que hacen el servicio militar. Ni que decir, estaba atónita. La gente de mi alrededor lo tiene completamente normalizado. Pensaba, en México, esto todavía nos asusta, aunque con las políticas de seguridad actuales espero nunca lleguemos a normalizar estas prácticas en la calle. En fin, intenté dormir, no pude. Puse música. (En este viaje la música y Amelie Nothomb fueron mis acompañantes. Me leí tres libros de ella en una semana.) Iba viendo el paisaje, las construcciones de las nuevas carreteras, los puentes, los túneles. Impresionante la capacidad para construir (y destruir).

II
Llegamos a Tel Aviv. Desde el primer día me pareció que esta ciudad es un San Diego venido a menos. Y así lo comprobé durante los días que estuve aquí. Por un lado edificios muy altos, casas habitación casi todos, y muchos desocupados, parece que la gente ha decidido comprar casas para tenerlas de "reserva" por si algo pasa en Europa. Por otro lado, casas de una o dos plantas, algunas modernas, otras no tanto. Construcciones de los años cincuenta en adelante. Obviamente al ser una ciudad reconstruida sobre otras ciudades que ya existían, mucho del cemento y materiales de construcción se han tirado al mar. Es absurdo el derroche de recursos en esta ciudad (en este país). Además de que los bienes inmuebles son tan caros que resulta imposible para los más jóvenes hacerse de una vivienda.
Llegamos a la estación de buses, nuevamente en el piso más alto y abajo otro centro comercial venido a menos. Contrastes, todo el tiempo contrastes. Al salir del bus nos piden los papeles y si están de buenas nos dejan pasar, si no te revisan el equipaje. Nuevamente vieron mi pasarte y no me detuvieron. Para salir de la estación tardé como media hora, no tenía idea en dónde estaba la calle. Al salir, pedí un taxi para el hotel. Había reservado en Jaffa, que obviamente ya la alcanzó la mancha urbana de Tel Aviv, entonces todo está junto con pegado. Me instalé en la habitación, fue lo que más me gustó. Grande, de techos altos, iluminada, con un terraza que daba a una de las calles principales.

III
Caminé al puerto. La primera impresión me agradó bastante. Tel Aviv es como un San Miguel Allende con mar. Restaurantes y bares a la orilla. Galerías de arte de todo tipo en los edificios del puerto. Caminé algunos metros por el malecón y pensé ¿que sería de Tel Aviv si fuera musulmán?  Contrastes con respecto a la otra punta en la que había estado hace unos meses, en Nador, casi 4,000 km de distancia. Contrastes culturales parece que irreconciliables. Mi perspectiva occidentalizada de las zonas con mar, de principio, me hicieron creer que esto era mejor que lo otro. Ahora reculo, no puedo opinar, son distintas sociedades y cada una tiene lo propio.
Regresé a la zona del hotel, repleta de tiendas de todo tipo. Es una zona que se está transformando, por un lado están las tiendas que venden artículos para restaurantes y cocinas, muebles y objetos antiguos. Un tipo de lagunilla. Por otro, están las boutiques de pequeñas confeccionistas que hacen su propia marca. En este punto del viaje me debatía entre comprar algún regalo o no, por un lado ya me había gastado mucho dinero en todo el viaje (la comida es muy cara, también el hospedaje), otro tanto en la tienda de souvenirs en Palestina, y, en realidad, lo que más me agobiaba era el boicot que en teoría debería estar haciendo en contra de Israel. Absurdo a estas alturas pensar en ello me decía a mi misma. Al final decidí no gastar más de lo necesario, es decir, solo compraría la comida y listo. Busqué un sitio para comer algo ligero. Al terminar fui directo a la habitación. No quería saber más nada de la gente. Me dormí toda la tarde y toda la noche. No podía más ni con la luz del día ni con el ruido, mucho menos con mis propios pensamientos.


Foto: Roxana Rodíguez

18.4.16

#294 Crónicas de viaje: Israel-Palestina

Día 4

Por fin tocaba la salida hacia Palestina. Había dudado mucho en cómo hacer el viaje, si sola o acompañada. Los primeros días buscaba un posible candidato de acompañante, con poco éxito. No me animé a hacerlo sola hasta que la inglesa me dijo que ella y la argentina habían encontrado el tour "político" que incluía Ramallah, Betlehem y Jericho. Es decir, si el gobierno israelí está enterado que se hacen tours desde Jerusalén a Palestina y no ha hecho nada para evitarlo, entonces podía fácilmente tener una coartada para cuando me enfrentara de nuevo al famoso interrogatorio, previo a dejar el país, que normalmente dura tres horas, dicen los que ya han pasado por ahí. Esta aseveración, a su vez, me hizo dudar de todo el performance del interrogatorio en el aeropuerto: cómo puedes por un lado sugerir no ir a Palestina porque es peligroso, a su vez que permites que las agencias de viajes vendan los tours denominados "políticos"... Busqué en el internet y son varias las compañías que los ofrecen. Aún así, esa noche dormí mal, pensando si estaría segura, a pesar de que ya muchas personas con las que había tenido algún tipo de comunicación, y habían estado en Palestina, me habían dicho que no tendría problemas.

I
Al levantarme no tenía ni idea del recorrido. Busqué en internet qué hacer en Ramallah y lo primero que apareció fue la visita al museo-casa de Mahmud Darwish, poeta palestino, me pareció un pretexto perfecto, porque además de que he leído bastante de su obra, en algún momento de mis múltiples pretensiones de investigaciones, pensé en hacer un trabajo crítico de su poesía... Así que rápido me bañé, comí algo en el camino y me dirigí a la estación de autobuses, que está en la puerta de Damasco. Ahí hay dos estaciones, la primera es la "oficial", la que te lleva a los territorios ocupados o controlados por el gobierno de Israel, incluido Bethlehem, la segunda es la que te lleva al resto de Cisjordania, incluido Ramallah. Dar con ella es un tanto complicado porque al momento en que preguntas a alguien por la calle te expones a que te ven con mala cara.
La van es la número 19 y el costo es bastante económico. Como el pesero, en México, el chofer espera a que se medio llene para iniciar el recorrido. Salimos y es difícil entender que la distribución de las vías está hecha de tal forma que las que te llevan a Cisjordania quedan replegadas y al margen de las que se ven cuando viajas por territorio israelí (esto se puede apreciar incluso en el google maps una vez que entiendes el detalle).
Pronto llegamos a la frontera, ningún control fronterizo, situación que me sorprendió porque pensé que en algún momento nos pararían para pedirnos los papeles. Luego pensé que era lo mismo al cruzar de El Paso a Juárez. Es decir, cuando vas de regreso a México realmente no importa quién entre al país, lo realmente significativo es quien entre a Estados Unidos, o, en este caso, a Israel. Pasamos un laberinto amurallado, grafiteado del lado palestino, y en breve nos encontramos en la estación de buses de Ramallah. No me sorprendió, al conocer previamente Nador, me la había imaginado bastante similar. Lo que me sorprendió fue lo que dije antes, esta cercanía que existe entra uno y otro sitio divido por un muro. Esta cercanía cultural que fue atravesada por la ocupación del territorio.
Era temprano y la estética de la ciudad no me llamaba mucho la atención. No había programado entrevistas con ninguna organización, así que no tenía ganas de deambular por ahí. Tomé un taxi que me llevó al museo de Darwish y me sorprendió bastante. Un estructura en la punta de un cerro en tonos terracota edificada en peldaños. La bandera palestina izada en la explanada. Me emocioné. Subí y entré al museo. Una sola habitación, algunas imágenes, artículos personales, premios, constancias, libros traducidos, una pantalla que transmitía un video. Eso era todo. Me quedé un rato contemplando, tomé algunas fotografía, entré a la tienda de souvenir, compré un libro de poesía con ilustraciones, firmé el libro de invitados y salí.
Una visita rápida, no por ello menos significativa. En tan poco tiempo es complicado externalizar lo que implica estar en estos territorios en todos los niveles, no solo pensando en lo profesional, en el júbilo que para mí implica la esencia de esta frontera, sino también en el plano personal. En los riesgos que asumo tomar por saciar esa sed de conocimiento. Y como eso se traduce en un estado de bienestar, de confort, de autocomplacencia, de libertad. Tomé un par de fotos más, y salí del sitio. Busqué otro taxi que me llevara nuevamente a la estación de buses para ir a Bethlehem. Empezaba a tener hambre y poco humor, así que le pregunté al taxista si me podía llevar él. Me dijo que sí, negociamos el costo del viaje y nos encaminamos.

II
Una vez puestos, me ofreció uno de sus chicles, esta vez no dudé en aceptarlo, ya entendí que es un gesto de cortesía. Le iba explicando lo que quería hacer y entendió a la perfección sin decirnos mucho. Cuando me veía tomar fotos o video disminuía la velocidad. Cuando le preguntaba por tal o cual construcción me explicaba en pocas palabras. Cuando afirmaba una obviedad solo asentía. Alrededor de hora y media duró el trayecto desde el museo hasta el centro de Bethlehem. Le pregunté qué significaba para él la ocupación. Me dijo que no le interesaba (mentía) que él solo se dedicaba a trabajar y a estar con su familia. Después de un rato, me confesó que había nacido en algún lugar de lo que ahora es Israel, que tenía pasaporte palestino, pero que en realidad ese pasaporte no servía para mucho. Que solo podía ir a Jordania con él pero que tampoco le interesaba salir de Ramallah, ahí estaba su familia nuclear, la otra, algunos, se habían quedado en Israel. El recorrido fue ilustrador y él me iba mencionando los puntos álgidos, como el check point que existe cuando sales de Ramallah para tomar hacia Bethlehem. Pregunté por qué estaba ahí el ejercito israelí y contestó que ellos se encargan de controlar ese paso porque Ramallah funciona como la capital de la Autoridad Nacional Palestina, aunque el control lo tiene Israel. El tema es bastante complejo y no solo es necesario deconstruir las capas culturales, sino también las capas de las negociaciones políticas. Al final, tantas capas hacen que el conflicto se vuelva incomprensible, lo cual, sin duda, favorece a quienes tienen el mayor armamento y la capacidad militar.

III
Llegamos a Bethlehem. El chofer preguntó a otro taxista cuánto me cobraba por llevarme al check point de regreso a Jerusalén y nos despedimos. Comí algo en una de las terrazas de la plaza principal y hacía tiempo porque había empezado a llover. No me quería mojar y tampoco sabía bien a bien qué hacer. Si ir a la iglesia, lo cual me llamaba poco la atención, o conseguir un taxista que me llevara a la zona del muro a ver los grafitis de #Bansky, que ahora también son parte del servicio de visitas guiadas que ofrecen las compañías a los turistas, no solo para que los observes, sino para que también hagas tus propios dibujos. Cuando me lo contaron me pareció absurdo, pero a estas alturas del viaje ya todo me parecía una sin razón de unos cuantos que se empecinan en controlar el territorio.
Decidí subir por la calle de las tiendas de souvenir, igual me encontraba con algún regalo para llevar a mi familia, pero en el camino fui interceptada por un señor mayor que me ofrecía imanes con imágenes de la virgen (de esos recuerdos para el refrigerador). Ya me habían advertido de los vendedores de la calle y su insistencia. Le dije que no varias veces y para escabullirme me metí en una iglesia pequeña, el espacio que supuestamente utilizó la virgen María para amamantar a Jesús (imagen que se expone en una de las esquinas). Un lugar fresco, como cueva y vació. Me alegré de estar ahí, necesitaba un poco de silencio.
Al salir el señor seguía ahí. Me insistía en que le comprara, me contó sus penurias. Volví a negarme varias veces hasta que me ofreció el servicio de taxi o de guía por la iglesia. Detuve la camita y giré para negociar con él: no me interesa la iglesia, quiero ir a la frontera. Podemos hacer un recorrido rápido por aquí y luego la llevo a donde quiera, me contestó. Acepté gustosa. Mi segundo taxista en el día que me había encontrado en el camino de mi investigación. Mohamed me metió a la iglesia de la Natividad, resguardada por la policía árabe, y como nos es católico pues pasaba de los turistas y en realidad no me explicaba nada, solo me mostraba cosas que él suponía importantes para los católicos o para la geografía política del momento. Al salir me llevó a la mezquita que estaba enfrente. Primera vez que entraba a una mezquita. Me enseñó el piso donde rezan los hombres, al de mujeres ni nos asomamos. Me explicó el funcionamiento del rito y al final me sugirió leer el Corán. Asentí simplemente. Después me llevó a la "fábrica" de los souvenirs. Un 30 por ciento más barato le va a salir todo... Error. Si te dejas embaucar por un árabe pierdes. Son tan astutos para dorarte la píldora que al final terminé pagando una fortuna por un puñado de regalos nada ostentosos.
Al salir de ahí nos subimos a su auto. Un renult blanco de los años setenta. Había sido profesor de historia y geografía. Actuaba como tal. Me dio lecciones todo el camino. Explicaba con pasión cada rincón de la frontera y había encontrado en los grafitis de #Bansky un refugio a su frustración. Interpretó cada uno y desde la enunciación de la resistencia sentía orgullo de su lucha, de su pueblo. Estaba encantada con el recorrido. Visitamos no solo el muro, me explicó cómo el ejercito va aislando casas, ocupando territorio, me llevó de un lado al otro de la montaña, me enseñó los nuevos territorios ocupados, que están de frente a Bethlehem y que son ahora destinos turísticos. Para que los extranjeros ya no se queden de este lado, sino del otro, los israelíes construyeron tiendas y restaurantes, también hoteles. Nos quitan lo poco que tenemos de ingresos y allá todo es más caro.
Me explicó lo de los impuestos, del bloqueo, del control del agua. Depende al cien por ciento de la economía de Israel, otro tanto del mercado negro que entra por Jordania. Las pocas fábricas de material de construcción que existían las demolió el ejercito israelí y la economía es de autoservicio, agricultura, algo de ganadería, trabajo de la madera del olivo (que es con lo que hacen mucho del tallado de los souvenirs) y no mucho más. También me llevó a los campos de refugiados. Campos que han dejado de serlo, ahora son pequeñas ciudades perdidas al interior de la propia ciudad.
En los años noventa del siglo pasado, en los campos se podían observar las casa de campaña, después empezaron a construir cuartos pequeños por familia, pero al crecer las familias, los cuartos se hicieron casas. No solo se reprodujo la población en poco tiempo, también las ciudades fueron creciendo sin contar con una planeación o desarrollo urbano. Estos campos, uno de ellos da al cementerio árabe, son como las favelas, si entras seguro no sabrás como salir sin la asistencia de algún lugareño. Me llevó a dos, el Ayda Refugee Camp, cerca a la Tumba de Raquel. Otro eslabón perdido en el conflicto porque es un lugar sagrado de los musulmanes que los israelíes ya tienen bardeado y amurallado. El otro campo al que me llevó se llama Al Azza, y existe un tercero, si no mal recuerdo que ya no conocimos.
Me contó de su familia, de la enfermedad de su esposa, de sus hijos que están en la cárcel, uno en Gaza, otro en Israel, de sus diez nietos. Al terminar me dejó en la parada del bus 231, el que va a Jerusalén.

IV
En la parada, mientras esperaba a que saliera el bus, sentí por primera vez un gran temor. Decenas de autos llenos de jóvenes con banderas palestinas empezaron a circular en sentido contrario tocando las bocinas. Paraban el tráfico y gritaban consignas. Me quedé paralizada. Pensé que si se les ocurría iniciar algo ahí no tendría forma de correr a ningún lado. La gente del bus tampoco sabía que hacer, pero estaban menos asustados que yo, parece que es una imagen cotidiana. Una imagen potente de la juventud que está dispuesta a luchar. Me acordé de las últimas marchas en México, de los estudiantes desaparecidos, de la frustración que sentimos muchos con la injusticia y la voracidad del capitalismo. Incluso me alegré de verles, ya cuando se había ido. La lucha sigue, aunque dudo que sean ellos los que salgan adelante si sus aliados no se suman para defenderlos. El chofer, que se había bajado para ver desde la altura de calle a los jóvenes, arrancó el bus y regresamos a Jerusalén. Desde la altura vi nuevamente el muro serpenteante que se empezaba a esconder, a trasformar, a confundir con la arquitectura de Jerusalén. Llegamos al cruce fronterizo, más moderno que el de Ramallah, unas diez casetas de vigilancia sobre la autopista, donde los militares se encargan de controlar el pase fronterizo, más parecido a la garita de San Isidro, en Tijuana.
El chofer paró en un costado y la gente empezó a bajar. No sabía si bajar también, hice el intento de moverme y el chofer con la mano me indicó que me sentara. Obedecí. Sólo nos quedamos la anciana que venía en el asiento de frente y yo. Los demás hicieron una fila de frente a dos jóvenes soldados. Uno de ellos se subió al bus, echó una mirada rápida. Me vio, no sabía si verlo a los ojos o no, pero como no me acostumbro a no hacerlo, le devolví la mirada. Afortunadamente llevaba lentes oscuros puestos de otra forma hubiera visto mi cara de congojo y cansancio que ya tenía a esa hora del día. Un interrogatorio en ese momento no estoy muy segura que lo hubiera soportado. Dudó y me pidió el pasaporte, se lo ofrecí, vio el país de procedencia y se bajó del bus. Dí las gracias por ser mexicana-mujer-sola-soltera-cabello-corto-cano. Agradecí a todos mis ancestros indígenas por haber diseñado el calendario solar que es el símbolo de nuestro pasaporte. Los demás fueron subiendo uno por uno después de enseñar el permiso de trabajo. Una vez arriba todos volvimos a la autopista y de un momento a otro ya estábamos en Jerusalén, el nombre de las calles ya no estaba en árabe sino en hebreo.


Muro: Israel-Palestina en Jerusalén / Foto: Roxana Rdoríguez