4.8.21

La canícula regia, la contemplación de transitar el estado civil

I

De un día para otro la vida puede dar giros inesperados. Me acostumbré a cambiar de casa, de ciudad, de país; me acostumbré a empacar, a desempacar, a viajar ligera, a buscar en otras personas el hogar anhelado hasta que finalmente claudiqué por cansancio, no por convicción. Los últimos dos años me dediqué a habitar mi hogar. Me tatué una llave en el brazo izquierdo, la llave-escultura que vi en Belén y que es el símbolo que guardan los palestinos cuando son desocupados de sus territorios: el recuerdo de ese hogar al que seguramente no volverán pero que sigue siendo suyo como acto de resistencia. Mi acto de resistencia consistió en habitar el duelo que se engarzó con el confinamiento. El hogar nunca imaginado había surtido el efecto sanador de saber que el estar sola no es una condición sino un estado civil. 

II

Voy a cumplir un mes de habitar Monterrey. Lo primero que me impresionó fue la orografía; lo segundo, la canícula; lo tercero, la ciudad industrial que no descansa, como tampoco su gente. Hace unos días me cuestionaba cómo puede ser la naturaleza tan inasequible para muchos por el simple hecho de no poderla disfrutar ya sea por falta de dinero, por falta de tiempo, por la ausencia de la capacidad de asombro: mermas del sistema industrial, del capitalismo caníbal, de la desigualdad, de la injusticia. 

III

El estado civil soltera representa todo aquello que no deseamos en sociedad, en la sociedad a la que acostumbramos complacer, hasta que aprendes a estar sola, a habitar el hogar, a tener la energía suficiente para ir sola, a veces con tu perra, a todos lados. Pasar el umbral de esa vida contemplativa del estado civil es el ejercicio de resiliencia más político que he realizado estos últimos años. 

IV

La canícula es una palabra hermosa, no así sus efectos. Nunca como ahora había experimentado un cuerpo sudado, pegajoso, pesado, una sensación de calor interno que no cesa ni al amanecer ni al anochecer. La exposición constante a la luz brillante, incandescente. La indecisión de salir a respirar la humedad del ambiente que según que día puede sentirse como dos o tres más grados por arriba de lo que realmente marca el termómetro o respirar el aire del artefacto que se vuelve indispensable para habitar un hogar. Ya no sé si quiero que llueva o que solo esté nublado y corra el viento. Este mes me he dedicado a contemplar el clima, mi cuerpo, la ciudad que funciona a pesar de la canícula, con la exigencia que implica para las personas en general, pero especialmente para las que con su esfuerzo físico sostienen la industria de la maquila.

V

Ese acto de resiliencia fue la posibilidad de estar ahora aquí, compartiendo el hogar. De un día para otro la vida da giros inesperados, un día te avisan que tu hermano está muerto, otro día tienes que quedar confinada en tu casa sin ver a nadie por un virus que ataca al sistema mundo y cualquier otro día conoces a esa persona que llevas buscando toda la vida y decides vivir con ella a los tres meses de conocerla. Esa es la historia, nuestra historia, el por qué ahora estoy aquí. El estado civil tampoco es una condición, es un estar en el mundo, es la apertura a la otra, es la apertura de una misma, es el querer habitar nuestro propio mundo (como hoy me lo hicieron ver) cuando el resto del mundo parece que no encuentra sus propios recursos para encauzar lo que nos está tocando vivir en este incipiente siglo XXI.




28.2.21

El behemoth de la pandemia

Lo que esperábamos durara unos meses sigue en activo: confinamiento, contagio, muerte provocada por el virus; fenómenos que circunscriben nuestro día a día desde hace más de un año. Una guerra silenciada de nuestras pasiones: polisemia afectiva. Durante un año aprendimos a diagnosticar los síntomas de la enfermedad y de la muerte. Claudicamos, cedimos ante nuestra vulnerabilidad frente a lo desconocido. Aquello que con entusiasmo e incredulidad poco a poco fue tocando los hogares de nuestros seres queridos, incluso los propios, nos desdibujó de la escena privada. Estábamos impedidos a salir a la calle quienes podíamos quedarnos en casa, más por convicción que por necesidad. Cautela, distancia, aislamiento. Lo que inició como una afrenta al sistema de salud y a la economía mundial se convirtió en una carrera de obstáculos para continuar alimentando al Leviathan, la maquinaria institucional, la razón instrumental.
Nos subimos al tren de la aplicabilidad, a la virtualidad autómata, transformando nuestros procesos cognitivos bajo el auspicio del imperativo categórico sin cuestionar, sin leer las instrucciones del manual que la enfermedad nos había entregado sin acusar de recibido.
Improvisamos en nuestras casas, las convertimos en oficinas, salones de clase; desterritorializamos la afectividad con tal de sobrevivir y despolitízamos nuestra actividad intelectual en búsqueda de una verdad: la de la ciencia. Dejamos de decidir, de ocupar los espacios ganados como ciudadanas y aprendimos a simular con los webinars y las redes sociales que teníamos consciencia de clase sin mirar al otro a la otra. Nos subimos a la palestra pública para dogmatizar y darle rigidez a las clases, a las etnias, a las diferencias sexuales, síntomas que han capitalizado los diferentes conservadurismos en todos los continentes con las implicaciones negativas para el devenir de las siguientes generaciones; desdibujamiento de los derechos sociales en las políticas venideras. 
Lo que ahora nos ocupa es vacunar a la población en su mayoría, aunque son los países más ricos los que han acaparado el inventario de las mismas; salir de las crisis económicas, echar a andar nuevamente la maquinaria del consumo, que siguió otros derroteros e hizo posible engrosar la brecha de desigualdad en el mundo; y volver a aquello que entendíamos como nuestra normalidad a pesar de nuestras otras angustias.
“Échale ganas”, “ya va a pasar”, se volvió el slogan de los cursos que por internet crecieron como la espuma. Se la empresaria de ti misma, aprovecha el tiempo y aprende algo nuevo mientras esto pasa, nos siguieron repitiendo e introyectamos esa otra posibilidad de convertirnos en capital humano para el neoliberalismo sin detenernos a pensar, a reflexionar no solo en lo que debíamos hacer sino en por qué lo hacíamos. 
Sobrevivir. Aprender a sobrevivir a la pandemia ha sido el derrotero de nuestras pasiones. ¿Cuándo sabremos si hemos pasado la prueba?, ¿cuándo tomaremos la decisión de incorporar a nuestro Behemot para encausar la guerra contra el Leviathan?
La pandemia cederá, quizá vendrán otras y, nosotras, ¿habremos aprendido a sobrevivir a nuestros miedos?

27.12.20

La vida en el campo II

Llevo tres semanas en esta casa de campo que tienen mis padres cerca de los volcanes del lado del Estado de México, una ruta que pudo haber sido ecoturistica si los gobiernos de por lo menos cuatro estados lo hubieran querido (cdmx, edomex, Puebla, Morelos), aunque no pierdo la esperanza que en algún momento de lo que dura esta pandemia a alguien se le prenda el foco y por lo menos le alcance para frenar el acelerado crecimiento de los comercios entre los varios municipios que circunscriben este pedazo del corredor (Atlautla, Amecameca, Ozumba, por mencionar los tres más importantes). 
De mi infancia y las múltiples veces que mis padres nos llevaron a los volcanes tengo ese recuerdo de los alpinistas de muchas partes del mundo haciendo base en Amecameca. Donde antes conseguías de lo mejor en equipo de lo que ahora se conoce por senderismo, con el cierre del Popocatépetl se volcó a la fayuca China. 
Los volcanes siguen ahí, y nos regalan unos paisajes hermosos, pero la gente también se ha quedado y ha migrado y ha urbanizado lo que quedaba de rural, incluyendo este pedazo de oasis que está poco a poco desapareciendo, primero porque el crimen organizado hace una década orilló al abandono de quienes tenían alguna casa aquí y, ahora, con la pandemia, se empieza a gentrificar y no se si con la intención de hacer comunidad o estar solo de paso.
En estas semanas que he disfrutado el olor a campo, a frío, a pino y me he regocijado en el silencio y la soledad del estar, también he padecido lo que no es tan evidente: el miedo a ser mujer, estar sola (lo que se entiende a no tener marido o pareja hombre), a ser libre, a generar sospechas por hablar con el vecino, o a llamar a la policía en un momento de vulnerabilidad, en un país donde es difícil ser-hacer todo eso siendo mujer.
Después de tres semanas sigo pensando que la vida pospandemia está en el campo y voy a procurarme que así sea, pero quizá no sea este el lugar indicado o quizá falta hacer mucho trabajo en comunidad para aceptar las diferentes formas de vida.


Vista desde Tlamacas, Estado de México. Foto: Roxana Rodríguez Ortiz


25.12.20

Decidir

Y Ramona no tiene rutina 
Como tampoco yo
Hace años escribí 
Que no quería 
Pertenecer 
Y que nadie 
Me perteneciera
Lo sigo sintiendo
Solo que ahora tengo un hogar 
Una familia 
Una vida 
La que he decidido 
Vivir 


29.11.20

El efecto Maradona: soñar que el deporte no tiene género

Hace unos días murió Maradona, el miércoles para ser exacta. Vi la noticia en las redes y no puede mas que sentir aflicción. Rápidamente busqué las causas de la muerte, un impulso que tengo cada tanto, no solo por morbo, también por interés en quien muere. No fue covid, lo que hubiera sido normal, menos en Maradona que no era normal ni pertenecía a la nueva normalidad. Subí mi post donde comentaba su muerte, la muerte de uno de los grandes de mi época, mi época de infancia. Una infancia feliz. 
Al poco rato de estar tonteando en la redes empiezo a leer publicaciones de mujeres, algunas alegrándose de la muerte de un macho, violador, pedofilo y otras hablando desde su lugar de admirar, reconocer o justificar su tristeza por la muerte de Maradona. A muchas mujeres que se pronunciaron en franca tristeza por la muerte del D10S las desterraron de la Amazonia feminista que pulula con mucha fuerza en las redes, otras decidieron subirse al barco de explicar porqué sus afectos por el futbolista.
Yo leí con angustia la debacle en la que se había convertido el acto en sí: la muerte de Maradona  y no daba crédito de lo que estaba sucediendo. Me debatía entre escuchar a quienes revictivizaban a las víctimas (lo que en teoría nunca se debe hacer según los protocolos contra la violencia de género), y lo que yo sentía, junto con un montón de gente más en todo el mundo por la muerte de Maradona. Estaba enojada nuevamente con la condición humana y los falsos debates, moralinos, contradictorios, sobre una figura pública, pero también sobre el actuar de quienes se erigen como la policía de la moral. 
Días han pasado, la gente sigue escribiendo a diestra y siniestra sobre el personaje y la gente sigue rindiéndole tributo al futbolista fuera y dentro de la cancha.
Yo había decidido no escribir nada, más por pereza, que por necesidad, hasta que vi un tuit de Gabriela Sabatini, otra de las grandes deportistas que ha dado la Argentina, y me acordé de mi sesión de análisis del jueves, donde tuve que trabajar mi aflicción por lo que estaba leyendo en redes, pues no entendía y sigo sin entender la polarización en la que incurre la gente sobre las figuras que han hecho historia por sus destrezas en el deporte, en el arte, en la política. Y la comentaba a mi analista, que también es argentina, mi experiencia de infancia y porqué en repetidos foros afirmo no ser feminista mas sí tener prácticas feministas. Mi infancia transcurrió rodeada de hombres con los que jugaba fútbol, béisbol, carreterita. Hacíamos películas simulando ser Rocky y veíamos los mundiales, las olimpiadas y compartíamos las participaciones de Valenzuela, Sánchez, Maradona, entre otros. Personajes todos ellos que me recuerdan esa feliz época de mi vida que no existe más, como Maradona, pero que marcó mi vida y mi no-ser-feminista. Por instinto le dije, no recuerdo tener referentes mujeres de esa época, y al segundo corregí. También las tuve e igualmente me afligiría la muerte de Comaneci, Sabatini, Graff, Navratilova, de quien también han hablado y no siempre refiriéndose a sus habilidades deportivas. 
No me alegro de la muerte de Maradona, me aflijo por quienes ven venganza en ello. Dudo que las polarizaciones binarias entre izquierda derecha o feminismos machismos abonen a sus propias causas ideológicas, incluso creo que abonan más a los epistemicidios. De lo único que estoy convencida es que un Maradona o una Sabatini nos permiten soñar cuando somos niñas, soñar en que el deporte no tiene género. 

19.11.20

«"A ver, a ver; 'tiempo fuera', ¿quién dijo eso?"», Laura Luz. De entrevistas a entrevistas

Hace casi un mes me escribe Marisol, una estudiante de mis inicios como docente en la UACM, para decirme que está trabajando en "x" lugar y que les gustaría entrevistarme. Como política personal, casi siempre digo que sí a las invitaciones que me hacen quienes fueron mis estudiantes, mucho por el placer de que recuerden mi trabajo, mucho por apoyar su causa. Me dice que harán una entrevista previa para conocerme y hablar de la dinámica. 

Espero paciente instrucciones, como siempre hago cuando me dicen que me van a entrevistar. Nunca pregunto nada, ni quién es el/la entrevistador/a, ni de qué va la entrevista. Aprendí con los años que es mejor el factor sorpresa para no prejuzgar el evento en sí que ya es un performance. Tengo esa primera plática con quién hará la entrevista, debo reconocer que no la ubico de nada, pero me cae bien de inicio. Me pregunta sobre mi infancia, sobre mi vida, de lo que hago. Me platica que empieza leyendo un cuento de su autoría sobre la persona en cuestión, o sea sobre mí. 




Primer descoloque, estoy acostumbrada a que no me pregunten nada de mí, sino de lo que sé, de lo que pienso (incluso creo que para eso me pagan, para pensar sobre lo que investigo, no por quien soy). Todavía estoy en Oaxaca, acabo de escribir un manuscrito sobre la muerte, el duelo, mi hermano, la amistad, el amor, la hospitalidad y un montón de cosas que traigo a flor de piel, no solo se las platico sino que le comparto el manuscrito así como está. Nos despedimos. 

Termina mi residencia artística en Oaxaca. Regreso a la CDMX. Llega el día de la entrevista. Como hago todas las veces que me toca presentar un libro o que me entrevisten, recojo la casa, platico con Ramona, mi perra, le doy unos premios para que se esté quieta, a veces estos eventos duran cinco minutos, otras se alargan un tanto más, y Ramona se desespera, algunas yo también. Obediente, siguiendo las instrucciones, saco del refrigerador la botella de vino que había abierto el día anterior, la pongo sobre el escritorio-mesa de mi comedor-estudio (que incorporé como parte del home office durante mi sabático-confinamiento) y me siento a la hora indicada a que inicie la conexión. 

Con la pandemia todo es virtual, lo que a mí me encanta porque como soy diurna hogareña ensimismada, me cuesta un montón salir de casa después de cierta hora, pero con las conexiones por internet, me saco la ropa de estar , que es la que uso todo el día para trabajar, me pongo algo medianamente presentable, me lavo los dientes, me medio peino, y me paso del futón del estudio a la mesa del comedor-escritorio. Estas dinámicas de pandemia me han hecho ser más sociable de lo que normalmente acostumbro en no-pandemia.

Platicamos un poco antes de "entrar al aire", me encantan esas metáforas, y empieza el performance, me dejo llevar, hablo sin tapujos de quien soy, de mis experiencias, de mi vida. Me divierto cantidad, me río mucho. Me desconozco como también creo que me desconoce quien nos está viendo-escuchando. Lo que hasta ese día se había vuelto costumbre, una entrevista, me sorprende y mucho. Hay de entrevistas a entrevistas y sin duda hay que tener oficio para hacerlas, pero no cualquier oficio, sino el de la escucha atenta, la responsabilidad de lo que se dice, el acierto de las preguntas, la cadencia de los tiempos y el respeto por lo que se quiere saber, Laura Luz logró todo eso e hizo mágico este encuentro que aquí les comparto:




22.8.20

La vida en el campo

I
Con el confinamiento, que se hizo demasiado largo en la Ciudad de México y el resto del país, había que buscar opciones para sacudirse la inercia de la asfixia, de la hipocondria, de la vulnerabilidad. Después de casi cuatro meses de estar postrada, paralizada, inmóvil en el departamento de portales, mi madre me envía un mensaje donde informan que la alberca del club campestre empezará a funcionar sin la posibilidad de usar las regaderas. El rostro se me iluminó con la sola idea de volver a estar en el agua y al aire libre. Inmediatamente les escribí a mis padres en el chat de los tres y les dije, vámonos. Vamos a instalarnos en la casa de campo y aprovechamos para ir al club a despejarnos. Hace más de un mes de eso y ahora vivimos media semana en la ciudad y media semana en el campo.

II
Esta casa de campo tiene años. Mi infancia transcurrió como ahora, los fines de semana la pasábamos acá y los domingos regresábamos a la ciudad para preparar los deberes del día siguiente. Los lunes eran el peor día. Con el cansancio a cuestas de los días al aire libre, corriendo, subiendo árboles, contándonos historias, los días de escuela se volvían insufribles. Yo solo quería estar en la calle, jugando. El campo es el recuerdo de mi infancia.  Una infancia plena y feliz. Como ahora lo es mi adultez, en confinamiento, con el olor de los pinos, del estiércoles de vaca en el piso, con la imagen de las milpas que se extiende hasta el horizonte y con la fuerza del Popocatépetl a cuestas. Este confinamiento me ha quitado la venda de los ojos y me ha permitido ver aquello por lo que vale la pena vivir: lo natural y la naturaleza en armonía con nuestro devenir.

III
Amanezco en Atlautla de Victoria, rodeada de volcanes y cerca de Sor Juana (así le dicen a Nepantla). Si lo pienso a la distancia, nunca me lo hubiera imaginado. Este es mi presente, el presente del confinamiento. Un presente que evidencia un giro en mi propia historia, en la forma de entender la vida, mi vida. Marca la discontinuidad de la aspiración profesional para velar por la ansiada alegría. A diferencia de la felicidad, la alegría es solo mía. Y esa alegría no se sustenta en los tótems convencionales de occidente ni de la modernidad. La alegría es potencia de afectar y ser afectada como me sucede viviendo en el campo y compartiendo el tiempo libre con mis padres. Conociéndonos, disfrutándonos, viviéndonos, casi siempre sin decirnos nada. El campo también es silencio, los silencios de lo que no es necesario dar explicaciones.



9.5.20

Observando el encierro_el sistema de limpieza en la cdmx

Me levanto temprano. Ayer llovió bastante. El piso está todavía mojado, se siente el aire fresco. Camino amodorrada. Ramona jala fuerte la correa, ve una ardilla en el alambrado y quiere alcanzarla. Lo que es no tener límites, más que la correa que nos une y le impide salir corriendo con el riesgo de quedarme sin brazo por el jaloneo. Me gustan estos días. Empieza a cambiar el clima. Amo la CDMX por sus lluvias. El calor pasados los 24 grados me ha disgustado siempre, me baja la presión, las altas temperaturas en concreto y en valle, son un infierno. Seguimos caminando, me he inventado una ruta para distraernos pero hoy es sábado de mercado, me acuerdo nada más ver que ya están poniendo los puestos (incluso en confinamiento). Debo girar y re-trazar la ruta en mi mente para poder caminar mínimo media hora. Ayer me quedé con ganas de caminar más pero había demasiada gente en la calle. Aproveché que era temprano y decidí hacer lo mismo, dos veces. Casi una hora caminamos con el aire en la cara, sin toparnos con nadie más que con quienes se dedican a limpiar la ciudad, barrenderos y barrenderas. Una imagen interesante del confinamiento. Mientras la gente duerme en un sábado cualquiera de esta cuarentena, los y las barrenderas siguen en la calle con sus uniformes naranjas, algunos con cubre bocas, tirando de sus carros obsoletos pero funcionales y sus escobas de vara. Un sistema de limpieza arcaico y personalizado. En una esquina uno de ellos arma una escoba nueva. Un manojo de vara medianamente larga y uniforme, un alambre amarrado al poste de luz con el que ata las varas al palo y gira de forma horizontal con fuerza para que quede bien ajustado. Escobas que pesan horrores. En e trayecto alcanzo a contar una docena de ellos/ ellas. En esta zona de portales, que está cerca de una oficina de limpieza, es muy eficiente la recolección de basura y el barrido de las calles. Una pareja joven empieza muy temprano aquí a la vuelta, barren y a ratos fuman mota. Poco antes de las ocho de la mañana se empieza a escuchar la campana del camión de basura. Se juntan en la esquina y los del carrito le entregan lo que han recolectado hasta ese momento. Se ríen, se alburean, se toquetean, sobre todo entre los hombres. Le gritan a la güera, una mujer con el pelo teñido, sobrepeso, con más años de los que seguro tiene. Voltea con poca gracias, nos cruzamos y evito decir buenos días. Me arrepiento porque la veo todos los días. A veces es mejor no decir nada, me consuelo. Se necesita oficio para dedicarse a esta labor titánica en esta ciudad.


6.5.20

Observando el encierro_noche de chicos

Tengo más reuniones por zoom con mis amigos y mi familia que cuando no estoy en encierrro. Hablo más por teléfono en el día a día que nunca antes en mi vida. Lo había evitado y ahora le empiezo a tomar cariño, ya casi que quiero tener una línea fija en mi casa y no depender solo de la telefonía móvil. Hoy no fue la excepción. Una charla de migración y salud por la mañana, hablar con las solovinas al medio día y quedar con mis amigos de la universidad por la noche. Más de veinte años de conocernos, empezábamos nuestros veintes cuando cuatro de nosotros nos encontramos en la universidad y el quinto llegó para quedarse. Con ellos salí del closet, conocí los antros, algunas drogas, la vida nocturna en extenso y en intenso. No nos conformábamos con los antros que a finales de los noventa del siglo pasado existían y eran bastante buenos. La planta baja, el penélope, la bola, el numerito, el colmillo, el pride y varios más. Había épocas que salíamos de martes a domingo sin parar. El dos por uno, llegar antes de las diez para no pagar cover y salir al amanecer. También organizábamos fiestas de colores y cobrábamos a veces, otras nada más para sacar los gastos. Con algunos me fui de viaje, incluso ahora, con otros viví en temporadas. Nos hemos dejado de hablar. Hemos estado cerca en los momentos difíciles. Nos hemos hecho mayores juntos. Ninguno se dedica a lo que estudió. Nos hemos juntado, casado, separado, vuelto a juntar. Seguimos creyendo en el amor y en la amistad. Hoy nos encontramos por zoom, nos pusimos al día de nuestro encierro, de nuestros proyectos, las recetas de cocina las comparten por mensaje, yo no cocino con tanta dedicación como ellos. Hablamos de nuestras mascotas, de sus parejas. De si nos casaríamos o volverían a casar. Nos despedimos. En este encierro me siento más cerca, pendiente y contenida de/por mis afectos que en la supuesta normalidad. 

https://drive.google.com/uc?export=view&id=1GEkFK7cpcf0PtxVawhic9Y84d2P2kPaj

5.5.20

Observando el encierro

Escribir los humores de lo que pasa en un día es una tarea titánica, pero es también un ejercicio de las meditaciones tibetanas, recapitular tu día. Dejé de meditar cuando me di cuenta que no me gusta la parte ritual de ninguna religión o filosofía de vida. Soy católica por los títulos que obtienes cuando te comes la hostia en la primera comunión, pero no soy practicante y dejé de ser creyente cuando me enteré que en la literatura existía Abraxas. Busqué sin rumbo y por tiempo indefinido algo más en qué creer, me topé con el budismo y aprendí a hacerme cargo de mi sufrimiento y a entender sus causas en el análisis. Hace unos meses, cuando todavía estaba desconsolada por la muerte de mi hermano, le cuestionaba a mi terapeuta, me pides que crea en el proceso terapéutico cuando he dejado de creer en todo. A la siguiente semana volví para decirle que estaba de acuerdo. Estos momentos de encierro son de creer. Yo creo que cuando te toca te toca, nada científico mi planteamiento, lo difícil es asumirlo. Como hoy, que llovió sin estar pendiente del clima, a pesar del calor que ha hecho estos días. Hoy llovió y nos refrescó de esta monotonía, ya no solo se escuchan las sirenas de las ambulancias cada tanto, también el reventar del agua en las ventas. Así cada día. 

https://drive.google.com/uc?export=view&id=1FFZLFhAM0ObopEuVhlb-jiWfrfk1nL3s

4.5.20

Observando el encierro

Decidí dejar de llevar la cuenta de los días porque la pandemia no termina hasta que termina y está resultando un buen ejercicio escribir en este espacio que a su vez retroalimenta otro. El fin de semana regresé a los manuscritos que tengo por escribir-escritos. Estoy leyendo Mal de archivo de Derrida y Testo yonqui de Preciado. Preciado leyó muy bien a Foucault y Derrida, propone ciertas categorías interesantes para lo que nos convoca la epidemia en analogía de su propia trans-sexualidad. Desde hace unos años que me topé con su Manifiesto contrasexual se volvió uno de mis favoritos para explicar la filosofía feminista. Una lectura no clásica, la que no desemboca en la división binaria, que no allana el camino del activismo para dejar que la ideología se imponga a la ontologia sexual. Preciado habla de equivalencia, no de igualdad cuando deconstruye el género. Discípula también de Butler, no escatima en citarla, como tampoco lo hace con Witting, De Laurentis o Haraway. Llevo años leyendo a Derrida, a la escuela francesa del siglo XX y recién me percato que citan, se refieren a sus interlocutores, dialogan con ellos ellas y no como una práctica argumentativa sino deconstructiva, hermenéutica, fenomenología. Un ejemplo claro es el libro Carneros de Derrida, que gira al rededor de un poema de Celan. Balibar y Jean-Luc Nancy también lo hacen y de forma generosa, no erudita o condiciona. Una práctica intelectual bastante desarraigada en la academia mexicana donde se cita al amigo-colega a manera de un intercambio meriticratico para ganar puntos en el SNI. Se hacen cotos de poder académico y se difumina la propuesta individual. La libertad intelectual tiene su encanto pero también implica aislamiento, encierro, confinamiento, el que me permite seguir escribiendo, autopublicandome, como lo hago ahora, bajo las premisas de que soy muy afortunada porque me paguen para hacer lo que más disfruto intelectualmente y por no tener que condicionar mi quehacer filosófico a ningún grupo. Claro, resta seguidores, espacios de discusión, pero suma en creatividad y originalidad. Así como lo hace Preciado, en su momento Derrida, el propio Altusser y muchos otros otras que hicieron del encierro, de la exclusión, su fuente de inspiración. 

https://drive.google.com/uc?export=view&id=1p08ZiDNJ-_JorNGiwpQLTtdzUKY16A-1