15.12.07

imágenes de la frontera MEX-EUA


Para captar la magia de la frontera México-Estados Unidos es necesario vivirla con todos los poros de la piel, recorrer cada recoveco, entrevistar a sus habitantes, sumergirse en su forma de vida. Y, aún así, puedo afirmar que es imposible definir los efectos que causan sus hechizos en los que tenemos la oportunidad de vivir la experiencia de estar “al límite". A la fecha, no atino a definirla más que describiéndola como la viví: los migrantes, las maquiladoras y los narcotraficantes son los antihéroes de la política y de lo políticamente correcto, sus hazañas, narradas por los trovadores fronterizos erigidos en bandas musicales circulan a lo largo y ancho de la “Zona Norte”, la zona roja de Tijuana, que colinda con las maquiladoras gringas.

En la Avenida Revolución (Tijuana) pululan los estadounidenses menores de edad o aquellos que buscan el placer de la carne en las cantinas mexicanas donde las rocolas tocan desde Luismi hasta Jimmy Hendrix. Los antros, por no decir tugurios, que cruzan la Avenida son en su mayoría para los mexicanos, para los migrantes, para los que ganan en dólares y los despilfarran en una buena jarra de cerveza acompañada con una voluptuosa mujer de algún país del Este. “La Adelita” cobija a muchas de ellas, es un antro famoso por su mujeres extranjeras, rodeado por hoteles y hombres que esperan como cadetes, formados en la puerta, una mujer a la que puedan llegarle al precio para que les haga la noche. En caso contrario, siempre están las del callejón Coahuila, disfrazadas de colegialas, cuando muchas de ellas deberían de serlo, pues dudosamente alguna supera los 18 años.

Juárez, no es la excepción, durante los años veinte fue el paraíso para todos los estadounidenses imposibilitados de tener acceso a la bebidas alcohólicas por las medidas restrictivas de su gobierno. Así, Juárez, se erigió como un centro de diversión, de corrupción, de prostitución, sus antros eran famosos, como famosos se hicieron los narcotraficantes y los caciques de la zona. El recorrido por la Avenida Revolución, como por la Avenida Juárez, es agotador, no sólo física también mentalmente, empezar en el “Turístico” para terminar en la “Estrella, convivir con los teporochos, los homosexuales, los travestidos, las maquiladoras y las prostitutas, podría ser de un atractivo espectacular si lo observáramos en una película, pero qué pasa cuando se vive en carne y hueso: el ánimo queda reducido a la inopia abrasadora que ciega la mente y el espíritu, y que reduce la existencia de sus habitantes a la evasión de una realidad tangible, como tangible es su frontera.

De día Tijuana y Juárez son la otra, la mujer abnegada, “noble” dicen algunos, que se levanta temprano con el sol para cruzar la frontera y trabajar hasta el cansancio en las maquiladoras. Sin embargo, todos los días muchos de sus jornaleros se enfrentan a la violencia pasiva perpetrada por la policía migratoria al momento de cruzar al otro lado, pues aun siendo inocentes te interrogan con la mirada, te detienen si es preciso y te esculcan si eres mexicano: “Where do you going?”, te pregunta la migra; “to work”, contesta el migrante con una sonrisa estudiada y un acento no tan pocho que le concede cierta credibilidad ante la mirada escrutadora de la migra. El regreso es más liviano, sólo cruzas la línea, que es tan simple como cruzar un puente, y estás de vuelta en casa, ya no tienes que sonreír, ya no tienes que hablar un idioma con el que no te identificas, sólo debes apretar el semáforo migratorio y descansar el tiempo que resta antes de volver a cruzar.

De Tijuana a Ensenada, pasando por Rosarito, la naturaleza es benévola: desde los miradores se observan las playas donde puedes comer tacos de langosta en tortillas de harina acompañadas con frijoles fritos, cerveza y puestas de sol sugestivas. De igual forma, la frontera norte es rica en cultura y tradiciones, pero poco se conoce de lo que ahí se hace. Apenas hace algunos años se gestaron varios movimientos artísticos en dicha zona; el primero, encabezado por el Colectivo Nortec, colectivo multidisciplinario que realiza proyectos de diseño gráfico, editorial y multimedia. El segundo, Instite, organización no lucrativa que difunde el trabajo artístico de la gente que habita en la frontera que, en el 2005, realizó una exposición conjunta entre Tijuana y San Diego, donde se presentaron 52 artistas plásticos y mediáticos nacidos en diferentes sitios del mundo, cuyo trabajo se refiere a una misma temática: “Sitios distantes / Crisis urbanas y síntomas domésticos en el arte contemporáneo reciente”. Muchos más son los artistas que se han agrupado para dar a conocer lo que hacen, para hacerse escuchar en contra de tanta violencia, de tanto racismo y, últimamente, de tantos asesinatos en Juárez.

Recorrer la frontera norte de México y sur de Estados Unidos permite dar cuenta de la desigualdad, enmascarada de normalidad, que existe entre ambos países, desigualdad no sólo social y económica, también geográfica, donde los contrastes son inmensos entre un país y otro: San Diego, California, y sus alrededores están cercados por montes rodeado de freeways que delimitan la distancia previamente establecida entre un asentamiento demográfico y otro. Tijuana, Baja California, por el contrario, es todo y nada: ¬montaña, cerro y playa, completamente poblada sin ton ni son, sin infraestructura necesaria para albergar a los dos millones de personas establecidas en el cruce fronterizo más concurrido del mundo. Por su parte, El Paso, Texas, es una ciudad del antiguo oeste, menos cosmopolita que San Diego, pero con igual trazo de avenidas anchas que permiten la libre circulación de los vehículos, sus edificios no son tan altos como los rascacielos de Nueva York, pero comparados con los de Ciudad Juárez, Chihuahua, parece una ciudad mucho más alta o, mejor dicho, “Juárez es una ciudad chaparra”.

Tijuana y Juárez difieren entre sí, principalmente, por la cercanía con en el centro de San Diego y El Paso, respectivamente. La distancia que separa a Tijuana de San Diego son veinte minutos en carro, aproximadamente; mientras que entre Juárez y El Paso es el tiempo que te tardas en hacer “la línea” (pasar la “migra”), donde puedes estar horas si cruzas en carro y algunos minutos si cruzas caminando, siempre y cuando los policías de migración no duden de tus intenciones para cruzar la frontera o, como en la mayoría de los casos sucede, no te vean como un delincuente.

Las diferencias son notorias tanto de un lado como del otro, y se observan en detalles tan simples como la civilidad para manejar, para ceder el paso, para no arrollar a ningún peatón que cruce la vía rápida. California marcha como máquina de reloj: precisa y exacta. Tijuana como un motor mal carburado: a arrancones y jalones. Las dos funcionan, cada una a su manera, cada una con su idiosincrasia, costumbres y tradiciones. California es una sociedad consumista que vive para trabajar y trabaja para pagar su deudas. Tijuana es un sociedad heterogénea, donde el tiempo y el espacio no existen; la gente vive al día, dejando cosas para mañana, y con el recuerdo del ayer; su presente es tan efímero como el tiempo que permanecen en un sitio y otro. Lo mismo sucede con El Paso y Juárez, donde cruzar de un lado a otro es también una forma de vida.

Tijuana y Juárez son las ciudades del desfogue, del color, del ruido, del folclor, mientras que San Diego y El Paso son las ciudades de la civilidad, el orden y las leyes. Las comparaciones pueden seguir; sin embargo, ninguna imagen puede plasmar la magia que se respiran en ciudades que han crecido exponencialmente en pocos años y al margen de lo políticamente correcto.

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