11.12.07

"la fuerza de la palabra es la fuerza de la imagen"




Cito a una amiga fotógrafa que por primera vez se atreve a hacer un viaje a Europa y está encantada. No es para menos, las imágenes del viejo continente pueden atrapar a cualquier persona por diferentes razones, la primera de ellas, como bien dice la experta, es la luz, sobre todo en invierno, porque el efecto que se logra con la saturación de los blancos, grises y negros es muy seductor, o, por lo menos, para mí que soy fanática de la fotografía en b/n, de la cámara análoga y del revelado en laboratorio (con la digital se pueden hacer otra serie de trucos, pero, aunque parezca chapada a la antigua, no es lo mismo). La segunda se refiere a las estaciones del año, pues al estar tan bien delimitadas, afectan de igual forma el espacio físico como el estado anímico; es decir, en verano las terrazas de los cafés están en su apogeo, la gente toma el sol en los parques, la noche no cae en su totalidad y el día parece nunca acabar, hace un calor que invita a seducir, a amar y a regocijarse de lo lindo. Otoño es una época de nostalgia donde las hojas de los árboles y el viento marcan el devenir de los días de guarda. Invierno cae como lápida, la gente abrumada por el frío y tapada hasta el cuello, va en búsqueda de un lugar cálido para departir con los amigos. Es una época de riesgo porque el sol se asoma poco y el día no alcanza para calentar los huesos. Con la primavera se renueva el ciclo, los pájaros, y todos los demás animales, salen de su aletargamiento con ánimo, pues saben que pronto vendrá la calidez de otro verano.
La tercera, y no por eso menos importante, es la arquitectura urbana. Me declaro neófita en este tema y no podría hablar de épocas ni estilos, pero sí puedo afirmar que los señoriales edificios que guardan la historia de tantos siglos, con sus colores opacos por el paso del tiempo, y sus revestidas fachadas que cambian a la luz de quien gobierna, contrastan con los edificios modernos, minimalistas, algunas veces blancos, casi siempre sobrios, que distan enormemente del colorido y sonoridad (incluso caótica) de los países latinoamericanos o asiáticos.
La cuarta se refiere al día a día, a lo que se ve en las calles, desde la vestimenta y el peinado de la gente, hasta las esquinas rebosantes de bicicletas y motonetas; el contraste entre los palacios y recintos sagrados (o de culto), y las ciudades cosmopolitas que enarbolan la globalización con espectaculares enormes tendidos desde lo alto de los edificios, en un claro afán de disfrazar las fachadas, como ocultando un gran secreto, aquél que se refiere a toda una historia llena de guerras, violencia y masacre que la gente está pronta a olvidar, pero que se respira en algunas ciudades más que en otras y, paradójicamente, es el toque que le imprime cierto misterio y majestuosidad a quienes con morbo queremos descubrir y revelar, con una imagen o con mil palabras, el dolor de su gente.
Las imágenes continúan y continúan papaloteando en mi mente, pero se han atascado en el revolotear de mi escritura, una foto no lo dice todo, como tampoco los dicen cien palabras. Se necesita estar ahí, vivir, experimentar, sentir y dejarse seducir por los sentidos para poder entender que la imagen sin la palabra, y viceversa, no tienen la misma fuerza.

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