22.3.23

Fe de erratas

 ¿Cuántas veces en la vida académica una escribe fe de erratas para dar fe precisamente de sus publicaciones? Que yo recuerde solo lo hice con mi tesis de doctorado. Fue un estrés enorme ver que lo que iba a ser el reflejo de mi primer pensamiento tenía errores (de dedo). Me acostumbré a no fallar, sin importar que la ansiedad iba carcomiendo la creatividad, la pasión por aprender, escribir, pensar.

Recién escribí una reconsideración para el SNI en tono de fe de erratas: señalé en apego a la legislación vigente cada elemento que no consideraron en mi evaluación. Ingenua pensé que con el trabajo realizado en los últimos cinco años no solo iba a permanecer sino que además contaba con los requisitos mínimos indispensables para ascender en la espiral de la aspiración académica. La respuesta fue la misma que el primer resultado: no cumples con las cuatro publicaciones científicas que se requieren, pero escribí o participé en 12 publicaciones. Solo tres de esas doce son científicamente (in)suficientes fue la última respuesta. Una respuesta kafkiana por donde se le quiera ver.

La necesidad de escribir fe de erratas, contrario a lo que pensaba, ha sido una constante en mi vida. He tenido que dar fe de mi lesbiandad (en un mundo heteropatriarcal), he tenido que dar fe de mi trabajo intelectual en las fronteras (por no venir de las ciencias sociales), he tenido que dar fe de mi quehacer filosófico (por no ser tener un título en filosofía). Las erratas permanecen en mi historial de vida como una mancha imborrable. Erratas que evidentemente han mermado mi autoestima intelectual en diferentes momentos. La última vez fue precisamente esta evaluación del Conacyt.

Erratas: cosas erradas dice la RAE. Llegó el día que me confié porque me acostumbré a funcionar en la academia y terminé por aburrirme (otra referencia a Kafka). Cosa errada. Al parecer una vez que entras en la academia no puedes salirte. Cosa errada. A eso me quiero dedicar por unos años. Andar errante en la academia, volver a encontrar mi faro de luz en las fronteras, en la filosofía, en la docencia. Quizá estudiar un doctorado en filosofía, quizá seguir escribiendo sobre la filosofía ficcional y en este blog, quizá pensar a Kant desde Malabou o quizá en algún momento cuando ya no esté la 4T en el país volver a aplicar al SNI. Cosa errada. Eso quiero ser siendo sin tener que dar fe de mis erratas.

CDMX octubre 2022.


Fe de erratas. Llegó la reconsideración del SNI en diciembre 2022: Recibo un mensaje de una amiga en uno de esos múltiples chats que voy acumulando para parcelar a mis diferentes grupos de amistades que afortunadamente tengo. "Felicidades Roxana por el SNI", escribe Brenda. Tomo el control de la tv para ver de qué se trata. Pongo un signo de interrogación (?) y escribo otro mensaje ¿de qué hablas? ¿dónde lo viste? "En Fb", contesta y me envia la lista donde aparecemos quienes después de la reconsideración obtuvimos o recuperamos el SNI. No lo voy a negar, sentí que el alma me volvió al cuerpo. 

CDMX diciembre 2022.

24.2.23

¿Cómo tomar el siglo que me está tocando vivir?

Mi madre cuenta una anécdota que ejemplifica muy bien la literalidad con que siempre me he tomado las situaciones. Dice que de niña, al preguntarme si quería plata-no, yo le decía casi llorando: plata-sí. Nos sigue causando mucha gracia, pero en realidad recién me doy cuenta de la seriedad para mi día a día el empleo del lenguaje no-figurativo. 

Estoy entrando a los cincuenta años, estoy saliendo del covid: ese espejo que nos permite ver de cerca nuestros demonios encubiertos por la inflamación de las células del cuerpo y que evidentemente afecta el sistema neurológico que es prácticamente todo aquello con lo que percibimos el mundo o la realidad, según cada quién.

Ayer pensaba en lo que nos depara este siglo (evidentemente en comparación con el siglo pasado) y no es nada alentadora la visión de mis futuros, si todo va bien, 30 años de vida. Ya sé, igualmente lo pienso pero no lo siento: un día a la vez, para qué pensar en el futuro si el presente es hoy. Frases inspiracionales de nuestro entorno. 

Quizá mi fatalismo (que no pesimismo) se deba a que no encuentro de qué asirme (en términos intelectuales) para poder observar distinto el por-venir (por más que lea a Derrida o quizá por leerlo literal) dadas las circunstancias actuales: la(s) pandemia(s), la(s) guerra(s), el cambio climático, la desigualdad, la pobreza, la falta de agua, la escalada de la ultraderecha en los gobiernos y el regreso del conservadurismo en las sociedades (ambos amenazan la prevalencia de ciertos derechos ganados de la comunidades vulnerabilizadas por el patriarcado-capitalismo, entiendanse mujeres, indígenas, homosexuales, lesbianas, transexuales); nada que no hayamos observado en el siglo anterior, salvo el acelerado desarrollo tecnológico. 

Si lo que se suponía debía ser la emancipación que me impuse como logro a finales del siglo XX en términos de realización y satisfacción personal y profesional, para el siglo XXI tiende a girar casi 360 grados. Satisfecha y realizada estoy aunque eso no me permite mirar el siglo por-venir de una forma, digamos lo menos, optimista. 

Decir que soy privilegiada es una falacia conspiradora del neoliberalismo que reduce la acción política a mirarse el ombligo en términos académicos. Y querer sobresalir, igualmente en términos académicos, es el otro extremo de la inacción política.

Llevo días pensando con el cuerpo enfermo cómo recuperar mi equilibrio y la respuesta llega como epifanía: no querer ser alguien que no puede ser, que no existe y no existirá nunca. Sigo teniendo ese pensamiento literal donde lo no-figurado es un agujero negro por descubrir. La respuesta es sencilla: seguir escribiendo, enunciando las dolencias del alma que las del cuerpo son completamente tangibles. 

Oaxaca 2022.



El virus del covid es un fastidio o las caminos de la vida no son como yo pensaba

Habíamos planeado una estancia de quince días en Oaxaca ciudad para dar un workshop de marca personal, realizar varias entrevistas y hacer visitas a diferentes lugares a la redonda (palenques, telares, restaurantes). Alquilamos un airbnb para estar los cuatro: Claudia, los dos perros (Buddy y Ramona) y yo. Un fin de semana antes de viajar me habla mi madre para decir que mi papá había salido positivo a covid (por segunda vez). El domingo, un día antes de viajar, vamos a la farmacia a hacernos la prueba con resultado "negativo". 

El lunes amanezco rara pero sin síntomas. Decidimos viajar de todas formas. Acostumbramos dividirnos la manejada entre las dos pero cuando lo intenté, pasando Tehuacán, solo pude estar una hora al volante. Me sentía completamente desconectada del automóvil, la autopista, el paisaje y demás. Claudia volvió a ocupar el asiento de manejo hasta que llegamos a Oaxaca. Comimos con mi hermana, nos acompañó al airbnb para conocer el lugar y dejar nuestras cosas. Fuimos a tomar unas cervezas  con tapas (que me supieron a gloria y que no he podido volver a probar).

Regresamos a la habitación a descansar y ahí empezaron todos los síntomas: dolor de cabeza, fatiga, ardor de garganta, fiebre, dolor de articulaciones. Fue una noche fatal porque aunque Claudia ya había comprado paracetamol, no me lo quise tomar pues soy alergica a la penicilina y a la aspirina, además de hipocondríaca, o sea que importaba más que no fuera a causar una reacción alérgica a tener que padecer los síntomas de covid. 

El martes al despertar fuimos a hacernos la prueba: yo salí positiva (por vez primera), Claudia negativa. Pasamos por un pan de yema con chocolate de agua al andador del centro de la ciudad y nos regresamos a nuestra habitación de la que hemos salido salvo en contadas ocasiones hasta ahora. 

Oaxaca centro, 2022.

Afortunadamente el espacio que alquilamos ha sido un oasis para la convalecencia y la recuperación. Se llama La Calera, una antigua fábrica de cal que preserva la estética industrial incluso en el diseño de las habitaciones (lofts). Un espacio abierto donde los perros que también han tenido que estar acompañándonos en nuestro confinamiento pueden bajar las escaleras libremente y dar unos paseos cortos en el inmueble, lo que a su vez nos ha permitido disfrutar de aire libre, silencio, relajación y distancia de la gente en todo momento.

La Calera, Oaxaca, 2022.

Puedo afirmar que la enfermedad ha sido relativamente leve y eso me permite asegurar que debió de ser horrenda para quienes la enfrentaron sin vacunas, sin información científica, sin medicamentos, sin conocer las secuelas, aunado a lo que ya sabemos y hemos vivido estos años que incluye la muerte de millones de personas (familiares, amigos, conocidos). 

A los tres días de estar en cama Claudia también se contagió y hemos compartido no solo los síntomas sino el fastidio de un virus que afecta todos los sistemas del cuerpo. En mi caso empezó con las vías respiratorias y las articulaciones, dolor muscular y con los días se ha manifestado en mi estado de ánimo, en el estómago y desde el fin de semana en la disminución olfativa y gustativa. Este bicho es una montaña rusa: cuando te empiezas a sentir bien, al día siguiente viene una recaída de otra parte del sistema.

Obviamente cancelamos el workshop y el resto de nuestras actividades, hemos estado encerradas en nuestra habitación dando paseos alrededor del complejo para salir de la cama, mayormente forzadas por los perros que por nuestra propia voluntad. 

La Calera, Oaxaca, 2022.

No quiero hablar de aprendizajes del covid. Ha habido momentos muy difíciles a pesar de que como ya lo dije la enfermedad ha sido leve. Pero creo que los momentos de cualquier enfermedad con características de una mortalidad evidente y posterior a los años de pandemia que traemos cargando nos pone en otro estado de alerta, de incomodidad, de estrés que no suma a la recuperación sino todo lo contrario. Es decir, si cualquier enfermedad requiere del paciente paciencia, con ésta es necesario estar muy enfocada en no perder la cabeza ni mucho menos en buscar "curas" en internet o en seudomédicos como el primero que nos diagnosticó virtualmente mientras caminaba por los pasillos de un hospital y nos envió una larga lista de medicamentos con enfermera incluida para que nos viniera a poner una intravenosa de quién sabe qué cosa. 

Sin duda el covid es un virus que analogicamente lo podemos asosciar con el hackeo del sistema operativo de cualquier software: no sabes qué te va a afectar una vez que está dentro, por lo tanto tampoco sabes qué vas a tener que restaurar ni cómo.

Nos quedan todavía unos días en Oaxaca, ahora ya no sólo dormimos, también hemos empezado a recuperar nuestro trabajo intelectual. Nos consideramos afortunadas porque tenemos una red de apoyo (gracias a mi hermana) que nos ha ayudado a cubrir las necesidades de alimentación y la atención médica, pero especialmente de salud emocional. 

La Calera, Oaxaca, 2022.

Claudia y yo nos preguntamos cada tanto cómo es que nos han pasado tantas cosas en tan poco tiempo. No lo sé, los caminos de la vida no son como pensábamos pero afortunadamente nos hicieron encontrarnos, no me imagino cómo es pasar una enfermedad de este tipo en soledad o sin alguien que realmente se preocupe por tu bienestar. Claudia y yo hemos podido encontrar ese punto de equilibrio resiliente en este espacio para enfrentar no solo la enfermedad sino también los muchos demonios afectivos que brotan en este estado alterado de la consciencia que trae el bicho consigo y del que poco se habla.

Oaxaca, 2022.



19.5.22

¿Saber perder?

Aquello que nunca nos dicen, o por lo menos no a mí, desde muy temprana edad, es que vamos a perder salud, colegas, amigos, trabajos, proyectos, amores, deseos, esperanzas, fe(s), dinero, competencias, hermanos(as), padres, madres, estabilidad, bienestar, agua, aire, tierra y un largo etcétera a lo largo de nuestra vida. Ayer me tocó perder algo de todo esto y quizá más, como me ha pasado en otros momentos. Afortunadamente con los años y quizá también con las muertes de tus seres cercanos nunca lo he vuelto a sentir como las primeras veces porque perder es no perderte en ti misma y no juzgar sino reconocer que perdiste.

Ayer pude poner en palabras muchas situaciones que se volvieron una constante en mi relación con los hombres desde que soy adolescente. Ayer puede observar cada una de esas relaciones en retrospectiva y todas comparten el común denominador de cuando terminas una relación de pareja: "por un detalle" que colmó el vaso de agua. Ayer pensé nuevamente ¿en qué me equivoqué?, ¿qué hice mal?, ¿por qué la ruptura fue tan desastrosa, como han sido las anteriores? Me cuesta y siempre me ha costado trabajo entender ¿qué se pierde? ¿El cotidiano, la rutina quizá, la compañía, el pertenecer, el afecto, el compartir, las historias, las experiencias? En todo caso se transforman. Nos perdemos en lo que ya no es. Ayer entendí que en cada una de esas relaciones pretendía sustituir la relación de amigos de la infancia que tuve con mi hermano. Y todas ellas terminaron como terminó la relación con mi hermano. 

Saber perder (más que ganar) es quizá la máxima del estar en el mundo. Desde niña me expuse a situaciones de competencia: la gimnasia, la natación, las carreras callejeras en la bici, carreterita en la banqueta, el tenis, el futbol, el basquetbol, en la escuela, en la casa, en la academia, en puestos de representación universitaria, en las relaciones afectivas en general, en la muerte. De todas estas situaciones aprendí que a veces se gana y otras se pierde. Y que es mejor perder con responsabilidad. Ayer me equivoqué. Reaccioné erróneamente ante una situación particular y perdí. Perdí el piso, perdí el compromiso conmigo misma, perdí de vista aquello que estoy trabajando: la ética.

Los hombres han sido en muchas etapas de mi vida mis mejores amigos, incluso diría que mi gran debilidad o mi guilty pleasure son las relaciones con los hombres. Emocional y sexualmente disfruto el encuentro, la compañía, la relación con las mujeres ¿una contradicción? No, un estar en el mundo sin etiquetas, en eso siempre he sido congruente. Lo que ahora aprendo con esta pérdida y agradezco el desencuentro de ayer es que no quiero volverme a relacionar así con los hombres a quienes considero mis amigos entrañables. Si vuelvo a perder algo, que no sea el respeto, el respeto a mi mísma.

Estadio Olimpico Atenas 2016 (en un ejercicio terapéutico del saber perder)


5.11.21

ecología del afecto: relación ontológica con la orografía en la ciudad de las montañas

 ¿Cuál puede ser la relación ontológica con la orografía de un lugar? Desde que llegué a esta ciudad que denominan "la ciudad de las montañas" me lo pregunto. La primera vez que salí en el auto, di vuelta a la derecha para tomar una avenida, vi de frente una masa de piedra grisácea, a veces más cercana a un onix gigante y me paralicé, lo que tenía de frente era el cerro de las Mitras, inmediatamente me acordé de la imagen de la montaña cada vez que en la serie Game Of Thrones sentenciaban "the winter is comming", aunque estábamos en plena canícula y todavía harían falta varios meses a mi estadía para percibir que el invierno se acercaba.

Cerro de las Mitras, 2021. Foto: Roxana Rodríguez


Desde el mes de julio que llegué a habitar esta ciudad, cada que salgo a caminar, a cualquier lugar en auto, veo a mi derecha el cerro de las Mitras, el que más disfruto, el que me paraliza y el que me hace pensar en la relación ontológica que puedan tener quienes nacieron aquí con sus montañas: el cerro de la Silla, la Sierra Madre, el cerro de las Mitras y un puñado de cerros menores que se han ido comiendo los grandes complejos de la construcción. Quiero pensar que me inquietud es genuina porque al crecer cerca de los dos volcanes más grandes del país, el Popocatépetl y el Iztacihuatl, volcanes que subí, caminé recorrí y bajé en avalancha, usando mi propio cuerpo como una tabla durante mi infancia, no puedo evitar preguntarme, cada vez que observo la orografía de Monterrey, por qué está tan presente la ideología de la modernidad-modernización donde el ser humano se piensa superior a la naturaleza y construye edificios de grandes alturas que compiten (o intentan) con la belleza de un cerro, o casas en medio de la nada donde los osos llegan en verano a bañarse a las albercas, o avenidas donde los ríos todavía tienen memoria y construcciones menores en los cerros que ya tienen a desaparecer. Todo ello en un ciudad que se la come el clima árido por falta de árboles, por la escasa lluvia que por lo menos este se ha padecido con más vehemencia durante el verano y entrado el otoño, tanto por la contaminación que genera la industria en el aire, en el agua y en las personas que alimentan la maquinaria industrial del capitalismo caníbal de esta ciudad.

Vista de la ciudad, com el Cerro de la Silla al fondo, 2021. Foto: Roxana Rodríguez.


Mi experiencia con la montañas siempre ha sido de juego, de placer, de descubrimiento, de aventura, de riesgo, de encontrarme perdida en medio de la inmensidad de la naturaleza, aquella que nos permite respirar, comer, vivir, por qué en este país seguimos siendo tan ciegos y prepotentes con lo que la naturaleza nos ofrece no solo a nivel de políticas ecológicas, culturales, sociales, sino especialmente a nivel ontológico, epistemológico, ético, estético. Desconozco si en el corto plazo podremos hacer el reajuste suficiente en la percepción que tenemos como cultura después de cuarenta años que se instaló el neoliberalismo en el país y regresar o reinventar la política para que de cuenta no solo del cambio climático y las repercusiones que sabemos tienen en el resto del mundo, del planeta que habitamos, sino especialmente en la relación de afecto que podamos empezar a desarrollar con las otras especies, incluyendo la humana y cómo se pueda abordar desde esto que empiezo a desarrollar como parte de mi trabajo intelectual: la ecología del afecto. Quizá lo más cercano que tenemos para poder a empezar a transitar hacia ello es preguntarnos por nuestra relación con las montañas, quienes por ahora habitamos esta ciudad.

Sobrevolando la Sierra Madre, 2021. Foto: Roxana Rodríguez,





4.8.21

La canícula regia, la contemplación de transitar el estado civil

I

De un día para otro la vida puede dar giros inesperados. Me acostumbré a cambiar de casa, de ciudad, de país; me acostumbré a empacar, a desempacar, a viajar ligera, a buscar en otras personas el hogar anhelado hasta que finalmente claudiqué por cansancio, no por convicción. Los últimos dos años me dediqué a habitar mi hogar. Me tatué una llave en el brazo izquierdo, la llave-escultura que vi en Belén y que es el símbolo que guardan los palestinos cuando son desocupados de sus territorios: el recuerdo de ese hogar al que seguramente no volverán pero que sigue siendo suyo como acto de resistencia. Mi acto de resistencia consistió en habitar el duelo que se engarzó con el confinamiento. El hogar nunca imaginado había surtido el efecto sanador de saber que el estar sola no es una condición sino un estado civil. 

II

Voy a cumplir un mes de habitar Monterrey. Lo primero que me impresionó fue la orografía; lo segundo, la canícula; lo tercero, la ciudad industrial que no descansa, como tampoco su gente. Hace unos días me cuestionaba cómo puede ser la naturaleza tan inasequible para muchos por el simple hecho de no poderla disfrutar ya sea por falta de dinero, por falta de tiempo, por la ausencia de la capacidad de asombro: mermas del sistema industrial, del capitalismo caníbal, de la desigualdad, de la injusticia. 

III

El estado civil soltera representa todo aquello que no deseamos en sociedad, en la sociedad a la que acostumbramos complacer, hasta que aprendes a estar sola, a habitar el hogar, a tener la energía suficiente para ir sola, a veces con tu perra, a todos lados. Pasar el umbral de esa vida contemplativa del estado civil es el ejercicio de resiliencia más político que he realizado estos últimos años. 

IV

La canícula es una palabra hermosa, no así sus efectos. Nunca como ahora había experimentado un cuerpo sudado, pegajoso, pesado, una sensación de calor interno que no cesa ni al amanecer ni al anochecer. La exposición constante a la luz brillante, incandescente. La indecisión de salir a respirar la humedad del ambiente que según que día puede sentirse como dos o tres más grados por arriba de lo que realmente marca el termómetro o respirar el aire del artefacto que se vuelve indispensable para habitar un hogar. Ya no sé si quiero que llueva o que solo esté nublado y corra el viento. Este mes me he dedicado a contemplar el clima, mi cuerpo, la ciudad que funciona a pesar de la canícula, con la exigencia que implica para las personas en general, pero especialmente para las que con su esfuerzo físico sostienen la industria de la maquila.

V

Ese acto de resiliencia fue la posibilidad de estar ahora aquí, compartiendo el hogar. De un día para otro la vida da giros inesperados, un día te avisan que tu hermano está muerto, otro día tienes que quedar confinada en tu casa sin ver a nadie por un virus que ataca al sistema mundo y cualquier otro día conoces a esa persona que llevas buscando toda la vida y decides vivir con ella a los tres meses de conocerla. Esa es la historia, nuestra historia, el por qué ahora estoy aquí. El estado civil tampoco es una condición, es un estar en el mundo, es la apertura a la otra, es la apertura de una misma, es el querer habitar nuestro propio mundo (como hoy me lo hicieron ver) cuando el resto del mundo parece que no encuentra sus propios recursos para encauzar lo que nos está tocando vivir en este incipiente siglo XXI.




28.2.21

El behemoth de la pandemia

Lo que esperábamos durara unos meses sigue en activo: confinamiento, contagio, muerte provocada por el virus; fenómenos que circunscriben nuestro día a día desde hace más de un año. Una guerra silenciada de nuestras pasiones: polisemia afectiva. Durante un año aprendimos a diagnosticar los síntomas de la enfermedad y de la muerte. Claudicamos, cedimos ante nuestra vulnerabilidad frente a lo desconocido. Aquello que con entusiasmo e incredulidad poco a poco fue tocando los hogares de nuestros seres queridos, incluso los propios, nos desdibujó de la escena privada. Estábamos impedidos a salir a la calle quienes podíamos quedarnos en casa, más por convicción que por necesidad. Cautela, distancia, aislamiento. Lo que inició como una afrenta al sistema de salud y a la economía mundial se convirtió en una carrera de obstáculos para continuar alimentando al Leviathan, la maquinaria institucional, la razón instrumental.
Nos subimos al tren de la aplicabilidad, a la virtualidad autómata, transformando nuestros procesos cognitivos bajo el auspicio del imperativo categórico sin cuestionar, sin leer las instrucciones del manual que la enfermedad nos había entregado sin acusar de recibido.
Improvisamos en nuestras casas, las convertimos en oficinas, salones de clase; desterritorializamos la afectividad con tal de sobrevivir y despolitízamos nuestra actividad intelectual en búsqueda de una verdad: la de la ciencia. Dejamos de decidir, de ocupar los espacios ganados como ciudadanas y aprendimos a simular con los webinars y las redes sociales que teníamos consciencia de clase sin mirar al otro a la otra. Nos subimos a la palestra pública para dogmatizar y darle rigidez a las clases, a las etnias, a las diferencias sexuales, síntomas que han capitalizado los diferentes conservadurismos en todos los continentes con las implicaciones negativas para el devenir de las siguientes generaciones; desdibujamiento de los derechos sociales en las políticas venideras. 
Lo que ahora nos ocupa es vacunar a la población en su mayoría, aunque son los países más ricos los que han acaparado el inventario de las mismas; salir de las crisis económicas, echar a andar nuevamente la maquinaria del consumo, que siguió otros derroteros e hizo posible engrosar la brecha de desigualdad en el mundo; y volver a aquello que entendíamos como nuestra normalidad a pesar de nuestras otras angustias.
“Échale ganas”, “ya va a pasar”, se volvió el slogan de los cursos que por internet crecieron como la espuma. Se la empresaria de ti misma, aprovecha el tiempo y aprende algo nuevo mientras esto pasa, nos siguieron repitiendo e introyectamos esa otra posibilidad de convertirnos en capital humano para el neoliberalismo sin detenernos a pensar, a reflexionar no solo en lo que debíamos hacer sino en por qué lo hacíamos. 
Sobrevivir. Aprender a sobrevivir a la pandemia ha sido el derrotero de nuestras pasiones. ¿Cuándo sabremos si hemos pasado la prueba?, ¿cuándo tomaremos la decisión de incorporar a nuestro Behemot para encausar la guerra contra el Leviathan?
La pandemia cederá, quizá vendrán otras y, nosotras, ¿habremos aprendido a sobrevivir a nuestros miedos?

27.12.20

La vida en el campo II

Llevo tres semanas en esta casa de campo que tienen mis padres cerca de los volcanes del lado del Estado de México, una ruta que pudo haber sido ecoturistica si los gobiernos de por lo menos cuatro estados lo hubieran querido (cdmx, edomex, Puebla, Morelos), aunque no pierdo la esperanza que en algún momento de lo que dura esta pandemia a alguien se le prenda el foco y por lo menos le alcance para frenar el acelerado crecimiento de los comercios entre los varios municipios que circunscriben este pedazo del corredor (Atlautla, Amecameca, Ozumba, por mencionar los tres más importantes). 
De mi infancia y las múltiples veces que mis padres nos llevaron a los volcanes tengo ese recuerdo de los alpinistas de muchas partes del mundo haciendo base en Amecameca. Donde antes conseguías de lo mejor en equipo de lo que ahora se conoce por senderismo, con el cierre del Popocatépetl se volcó a la fayuca China. 
Los volcanes siguen ahí, y nos regalan unos paisajes hermosos, pero la gente también se ha quedado y ha migrado y ha urbanizado lo que quedaba de rural, incluyendo este pedazo de oasis que está poco a poco desapareciendo, primero porque el crimen organizado hace una década orilló al abandono de quienes tenían alguna casa aquí y, ahora, con la pandemia, se empieza a gentrificar y no se si con la intención de hacer comunidad o estar solo de paso.
En estas semanas que he disfrutado el olor a campo, a frío, a pino y me he regocijado en el silencio y la soledad del estar, también he padecido lo que no es tan evidente: el miedo a ser mujer, estar sola (lo que se entiende a no tener marido o pareja hombre), a ser libre, a generar sospechas por hablar con el vecino, o a llamar a la policía en un momento de vulnerabilidad, en un país donde es difícil ser-hacer todo eso siendo mujer.
Después de tres semanas sigo pensando que la vida pospandemia está en el campo y voy a procurarme que así sea, pero quizá no sea este el lugar indicado o quizá falta hacer mucho trabajo en comunidad para aceptar las diferentes formas de vida.


Vista desde Tlamacas, Estado de México. Foto: Roxana Rodríguez Ortiz


25.12.20

Decidir

Y Ramona no tiene rutina 
Como tampoco yo
Hace años escribí 
Que no quería 
Pertenecer 
Y que nadie 
Me perteneciera
Lo sigo sintiendo
Solo que ahora tengo un hogar 
Una familia 
Una vida 
La que he decidido 
Vivir 


29.11.20

El efecto Maradona: soñar que el deporte no tiene género

Hace unos días murió Maradona, el miércoles para ser exacta. Vi la noticia en las redes y no puede mas que sentir aflicción. Rápidamente busqué las causas de la muerte, un impulso que tengo cada tanto, no solo por morbo, también por interés en quien muere. No fue covid, lo que hubiera sido normal, menos en Maradona que no era normal ni pertenecía a la nueva normalidad. Subí mi post donde comentaba su muerte, la muerte de uno de los grandes de mi época, mi época de infancia. Una infancia feliz. 
Al poco rato de estar tonteando en la redes empiezo a leer publicaciones de mujeres, algunas alegrándose de la muerte de un macho, violador, pedofilo y otras hablando desde su lugar de admirar, reconocer o justificar su tristeza por la muerte de Maradona. A muchas mujeres que se pronunciaron en franca tristeza por la muerte del D10S las desterraron de la Amazonia feminista que pulula con mucha fuerza en las redes, otras decidieron subirse al barco de explicar porqué sus afectos por el futbolista.
Yo leí con angustia la debacle en la que se había convertido el acto en sí: la muerte de Maradona  y no daba crédito de lo que estaba sucediendo. Me debatía entre escuchar a quienes revictivizaban a las víctimas (lo que en teoría nunca se debe hacer según los protocolos contra la violencia de género), y lo que yo sentía, junto con un montón de gente más en todo el mundo por la muerte de Maradona. Estaba enojada nuevamente con la condición humana y los falsos debates, moralinos, contradictorios, sobre una figura pública, pero también sobre el actuar de quienes se erigen como la policía de la moral. 
Días han pasado, la gente sigue escribiendo a diestra y siniestra sobre el personaje y la gente sigue rindiéndole tributo al futbolista fuera y dentro de la cancha.
Yo había decidido no escribir nada, más por pereza, que por necesidad, hasta que vi un tuit de Gabriela Sabatini, otra de las grandes deportistas que ha dado la Argentina, y me acordé de mi sesión de análisis del jueves, donde tuve que trabajar mi aflicción por lo que estaba leyendo en redes, pues no entendía y sigo sin entender la polarización en la que incurre la gente sobre las figuras que han hecho historia por sus destrezas en el deporte, en el arte, en la política. Y la comentaba a mi analista, que también es argentina, mi experiencia de infancia y porqué en repetidos foros afirmo no ser feminista mas sí tener prácticas feministas. Mi infancia transcurrió rodeada de hombres con los que jugaba fútbol, béisbol, carreterita. Hacíamos películas simulando ser Rocky y veíamos los mundiales, las olimpiadas y compartíamos las participaciones de Valenzuela, Sánchez, Maradona, entre otros. Personajes todos ellos que me recuerdan esa feliz época de mi vida que no existe más, como Maradona, pero que marcó mi vida y mi no-ser-feminista. Por instinto le dije, no recuerdo tener referentes mujeres de esa época, y al segundo corregí. También las tuve e igualmente me afligiría la muerte de Comaneci, Sabatini, Graff, Navratilova, de quien también han hablado y no siempre refiriéndose a sus habilidades deportivas. 
No me alegro de la muerte de Maradona, me aflijo por quienes ven venganza en ello. Dudo que las polarizaciones binarias entre izquierda derecha o feminismos machismos abonen a sus propias causas ideológicas, incluso creo que abonan más a los epistemicidios. De lo único que estoy convencida es que un Maradona o una Sabatini nos permiten soñar cuando somos niñas, soñar en que el deporte no tiene género. 

19.11.20

«"A ver, a ver; 'tiempo fuera', ¿quién dijo eso?"», Laura Luz. De entrevistas a entrevistas

Hace casi un mes me escribe Marisol, una estudiante de mis inicios como docente en la UACM, para decirme que está trabajando en "x" lugar y que les gustaría entrevistarme. Como política personal, casi siempre digo que sí a las invitaciones que me hacen quienes fueron mis estudiantes, mucho por el placer de que recuerden mi trabajo, mucho por apoyar su causa. Me dice que harán una entrevista previa para conocerme y hablar de la dinámica. 

Espero paciente instrucciones, como siempre hago cuando me dicen que me van a entrevistar. Nunca pregunto nada, ni quién es el/la entrevistador/a, ni de qué va la entrevista. Aprendí con los años que es mejor el factor sorpresa para no prejuzgar el evento en sí que ya es un performance. Tengo esa primera plática con quién hará la entrevista, debo reconocer que no la ubico de nada, pero me cae bien de inicio. Me pregunta sobre mi infancia, sobre mi vida, de lo que hago. Me platica que empieza leyendo un cuento de su autoría sobre la persona en cuestión, o sea sobre mí. 




Primer descoloque, estoy acostumbrada a que no me pregunten nada de mí, sino de lo que sé, de lo que pienso (incluso creo que para eso me pagan, para pensar sobre lo que investigo, no por quien soy). Todavía estoy en Oaxaca, acabo de escribir un manuscrito sobre la muerte, el duelo, mi hermano, la amistad, el amor, la hospitalidad y un montón de cosas que traigo a flor de piel, no solo se las platico sino que le comparto el manuscrito así como está. Nos despedimos. 

Termina mi residencia artística en Oaxaca. Regreso a la CDMX. Llega el día de la entrevista. Como hago todas las veces que me toca presentar un libro o que me entrevisten, recojo la casa, platico con Ramona, mi perra, le doy unos premios para que se esté quieta, a veces estos eventos duran cinco minutos, otras se alargan un tanto más, y Ramona se desespera, algunas yo también. Obediente, siguiendo las instrucciones, saco del refrigerador la botella de vino que había abierto el día anterior, la pongo sobre el escritorio-mesa de mi comedor-estudio (que incorporé como parte del home office durante mi sabático-confinamiento) y me siento a la hora indicada a que inicie la conexión. 

Con la pandemia todo es virtual, lo que a mí me encanta porque como soy diurna hogareña ensimismada, me cuesta un montón salir de casa después de cierta hora, pero con las conexiones por internet, me saco la ropa de estar , que es la que uso todo el día para trabajar, me pongo algo medianamente presentable, me lavo los dientes, me medio peino, y me paso del futón del estudio a la mesa del comedor-escritorio. Estas dinámicas de pandemia me han hecho ser más sociable de lo que normalmente acostumbro en no-pandemia.

Platicamos un poco antes de "entrar al aire", me encantan esas metáforas, y empieza el performance, me dejo llevar, hablo sin tapujos de quien soy, de mis experiencias, de mi vida. Me divierto cantidad, me río mucho. Me desconozco como también creo que me desconoce quien nos está viendo-escuchando. Lo que hasta ese día se había vuelto costumbre, una entrevista, me sorprende y mucho. Hay de entrevistas a entrevistas y sin duda hay que tener oficio para hacerlas, pero no cualquier oficio, sino el de la escucha atenta, la responsabilidad de lo que se dice, el acierto de las preguntas, la cadencia de los tiempos y el respeto por lo que se quiere saber, Laura Luz logró todo eso e hizo mágico este encuentro que aquí les comparto: