13.4.13

Día 33

Me volví un poco inútil para moverme en ciudades que no conozco. La fuerza de la costumbre a veces es superior al deseo de conocer nuevos lugares y de repente es muy fácil sentirse como el ratón del cuento de Kafka que está acorralado por el gato y cualquier dirección que tome es una oportunidad para que el gato lo devore. Aunque en mi caso el gato es mi propia mente, mis miedos, mis inseguridades, incluso mi pereza.

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Utilizar el transporte público en ciudades que no conozco siempre me estresa. Hoy me subí a la pesera, que en tijuana tiene otro nombre, esa van que transporta como sardinas a diez u once pasajeros, incluido el/la chofer. Ayer me equivoqué, tomé el "camión" y tuve que correr para llegar en punto al sitio donde debo tomar el bus que me lleva al colegio. Hoy me fijé en no cometer el mismo error, pero estaba tan concentrada en ello que no me fijé en que no traía cambio. Una travesía desde el inicio. Al subirme escucho una voz dulce que me dice "yo le cierro", pensé que era la acompañante del chofer, pero en realidad era una mujer chofer. Sorpresa número uno. En la Ciudad de México las mujeres conducen taxis, no he coincidido con una que conduzca pesera o micro. Ocupé el espacio vacío que quedaba. Solo me cabía media nalga. Se me ocurrió pedirle a la gente de junto que se recorriera, obvio no lo hicieron. Seguí con media nalga en el asiento. Al poco tiempo extendí mi billete de 100 pesos para pagar y me contesta la chofer-a: "doñita, no traigo cambio, les pregunté si tenían...". Silencio largo. Llegamos a la gasolinera y me dice: "doñita, bájese a ver si se lo cambian por dos de cincuenta...". Volteo con cara de asombro y hago lo que me indica la chofer-a. Segunda sorpresa. Obvio no me cambiaron, demasiado temprano para tener dinero... Le regreso el billete. Avanza. Alguien le hace la parada. otra gasolinera. Ahora es ella quien decide cambiar el billete. Tampoco se lo cambian. Le hace la parada a otra van. Los otros pasajeros ya están impacientes porque se les hace tarde y me ven con cara de enojo. Me estreso. Finalmente cambia el billete y me da mi cambio. La señorita de atrás hace la parada, yo estoy junto a la puerta y ella espera que yo la abra. No hago nada porque supongo que la chofer-a la abrirá. No lo hace, ella sólo la cierra. Pregunto si yo debo abrirla, la señorita impaciente me dice que sí. Lo intento. No lo logro. Se desespera, la abre y baja. Tercera sorpresa: me he vuelto inútil para viajar en transporte público.

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Por qué una mujer decide convertirse en chofer-a?

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El fin del trayecto fue más relajado. Todavía me dio tiempo de preguntarle a la chofer-a algunas cosas. Me quedé con ganas de indagar más pero se me hacia tarde para tomar el bus.

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