30.4.13

Día 52

De vinos no sé nada. A veces sólo sé tomarme una copa. En contadas ocasiones me he embriagado. Ninguna con vino. Quizá con cerveza. Quizá con tequila. El vino se hizo cotidiano con los viajes. No me gustan los vinos que saben a madera ni los muy perfumados. Prefiero los españoles. Los del Penedès (o de la región catalana-valenciana) son mis favoritos, más por nostalgia que por un paladar delicado. Los australianos también ocupan un lugar privilegiado en mis visitas al súper cuando no encuentro los primeros. Los chilenos y los argentinos nunca los compro. A los mexicanos he empezado a hacerles un guiño, más por mercadotecnia que por nacionalismo. Pero como el destino es impredecible ahora reposo en un viñedo mexicano, en el valle de Guadalupe, en la Baja. De vinos no se nada pero el lugar es formidable. Es época de espera, de cuidado, de observar a la naturaleza. El cultivo de la uva está en proceso. La fiesta grande es en agosto. Ahora es tiempo de reposar. El vino se hace presente nuevamente con el viaje y con nosotras.

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La ruta del hedonismo. Una visita obligada para quienes disfrutan de los sabores, de las texturas, de los paisajes, del estar sin prisa. Una copa de vino. Una comida sin pretensiones. Un restaurante campirano. La Finca Altozano es una gran sorpresa en el Valle de Guadalupe. Me imagino que la vendimia debe ser una paleta de colores y sabores que deleitan al espíritu.

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Adema del éxtasis del paladar y el regocijo de los paisajes. Observo que en este valle hay hombres trabajando los viñedos. Situación que resulta sorprendente si consideramos que el valle de Guadalupe está a poco más de una hora de Tijuana. Porqué los hombres se quedan aquí y no se van de migrantes a Estados Unidos? De dónde son estos hombres? Dicen que de Michoacán. Quizá de otros lados. Lo cierto es que se ha invertido mucho dinero en este negocio vitivinícola y la gente decide quedarse aquí. Que pasaría si sucediera lo mismo en el resto del país? O, mejor dicho, por qué no se invierte en el campo mexicano? Quizá la migración disminuiría. A quién le conviene seguir alimentando el negocio de la migración?

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La Villa del Valle es un bed & brekfast boutique (valga la contradicción). En la casa de seis habitaciones, más la de los dueños, se respira un aire de libertad. Es un estilo de hospedaje sin pretensiones. En una casa campirana se alojan tanto las oficinas como las habitaciones. Los empleados, la dueña, hacen sentir al huésped como en su casa. Las puertas sin llave, las habitaciones minimalistas, los espacios comunes, la sala de honor, son un ejemplo de la convivencia comunitaria y del respeto mutuo sin cortapisas. Acostumbrados al confort consumista en momentos se extraña al mesero que te persigue con la mirada para ofrecerte algún refrigerio. Aún así la estancia es gozosa.

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Gracias por esta aventura de placeres. Gracias por estar en este viaje de confesiones.
Gracias por nuestros planes de vida.
Gracias por estos días de ensueño.













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