Cuando el tiempo ha pasado sin pasar. Sin sentir sus estragos. Sin recaer en sus entrañas. La vida siempre alerta de los detalles nos hace estar atentos a nuestros éxitos o fracasos. La condición de nuestra existencia no sucumbe al sueño de quienes en vida esperan un mejor destino. Ya sea migrando, ya sea amando, ya sea viviendo. Cada quien descubre los artilugios de poder estar sin estar en el mundo. Un mundo de difícil aprehensión pero de grandes satisfacciones. No es en la negatividad de las promesas ni de las esperanzas donde se cimientan nuestros corazones sino en la volatilidad de la utopía, de ese proyecto que sólo existe en los que creen, que tienen fe. No un fe ciega, no una fe complaciente, no una fe institucionalizada. Una fe en la humanidad. Utopía. Deseo. Pretensión. La vida sigue y nada nos detiene, solo el clamor del pasado en sí. Despertar a la condición humana de su letargo es un proyecto ambicioso e infructuoso. Dejemos ser y seamos. Seres vicios, seres humanos, seres perfectos por su misma imperfección. Ayer aprendí algo.
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