Me subí al taxi y le dije al chofer que si me esperaba afuera del mercado de Coyoacan mientras iba por fruta y luego me dejaba en mi casa. El taxista contestó, con tono de ofensa, un rotundo NO. Me quedé estupefacta y no supe qué hacer. Afortunadamente preguntó "si quiere la dejo sólo en el mercado". Pensé unos segundos mientras el semáforo cambiaba de color y le contesté que no, que necesitaba el servicio completo. Me bajé del taxi desconcertada.
Le di unas mordidas más a la manzana que traía en la mano mientras pensaba en las opciones por las cuales el taxista me había dicho que no.
Dejé pasar un par de taxis más y le hice la parada a otro. Subí al carro e hice la misma pregunta. El chofer me dio un no dubitativo. Aproveché su indecisión y me apresuré a decirle, le dejo mi tapete de yoga en comodato. Aceptó. Hasta ese momento no había atinado a entender porqué el otro taxista se había ofendido por mi solicitud. El chofer en curso me dijo que seguido les pasa: "así nos dicen y nunca regresan". Inmediatamente me cayó el veinte. Que difícil es comportarse honestamente en un mundo de injusticias, hasta parece que peco de inocente.
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Volví a armar mi rutina de hacer ejercicio. Una rutina que me regresa a mi realidad citadina. Ahora con otra mirada. Me sorprendo a veces de mi actitud frente al mundo. Eso es estar de sabático: sin horarios, sin prisa, sin esperar el tiempo libre. Dormir, leer, nadar, comer, beber, escribir. A eso se reduce mi rutina cotidiana. Que felicidad. Definitivamente no es una rutina productiva, pero seguramente a nadie le interesa. Casi siempre pensamos en darles gusto a los otros pero los otros no están pensando en nosotros. Es una ilusión de vivir en sociedad. Así que a disfrutar del sabático. Estoy convencida que si toda la gente económicamente activa tuviera sabáticos este mundo sería más compasivo.
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