-esta temblando, dije.
-qué hacemos dijo M.
-vestirnos y salir, le conteste.
Hicimos lo que pudimos en el menor tiempo posible mientras las paredes tronaban y el espanta-espíritus del comedor trinaba.
Salimos a la jardinera. El temblor paró pero mis piernas seguían temblando. Traje conmigo el celular y pronto empecé a localizar a la familia. Todo en orden. Sólo el susto. Nos quedamos un rato más afuera. El cielo se ilumino con un relámpago silencio. Los perros dejaron de ladrar.
Regresamos a la cama. Prendí la tele. No encontré noticias. Busque en fb y Twitter, todxs escribían sobre el temblor a manera de reporte. Algunos empezaban a hacer chistes. Otros comparaban el temblor del 85 con éste. Si la memoria no me engaña éste lo sentí peor. Me asusté. Cuando creía que quien vive en la Ciudad de México debe acostumbrase a los temblores, una sacudida como ésta evidencia mi necedad. No te puedes acostumbrar a un temblor. Mucho menos si es trepidatorio.
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