Tijuana se vive intensamente. Una ciudad que ha despertado de los letargos que se viven en el centro del país pero que ha replicado sus vicios. Vicios de gobernabilidad, de cerrazón, de voluntad política para hacer cambios sociales en beneficio de bien común.
Hace ocho años vine por primera vez empezaba a hacer una investigacion mayor sobre literatura del norte. Estuve sólo tres días y fui subiendo. Me impactó lo que vi. Un muro saliendo del aeropuerto. Un muro de lámina grafiteado con consignas de migrantes que han pasado, que se han quedado, que van muriendo. La crítica obligada: "la crueldad del país vecino".
Hoy la mirada es diferente, aunque el muro sigue estando ahí. Un muro que ahora ocupa 1,000 km de los 3,200 km de longitud que mide la frontera México-Estados Unidos. Ni la criminalización ni la victimización son discursos válidos para las zonas de convivencia fronteriza. Hablar de transfronterizo ha sido una opción viable para solventar ciertos vacíos epistémiicos pero insoslayable para lo ontológico.
La crítica es para los gobiernos de ambos países. Uno por no promover políticas públicas en las zonas fronterizas. Otro por seguir utilizando un discurso antiterrorista para eludir su responsabilidad ante la falta de una política migratoria congruente con sus necesidades económicas. Es decir, ambos países se benefician de la migración y del comercio fronterizo. Legalizar ese tránsito implica más perdidas económicas debido a la corrupción que alimenta la idealización de la frontera. Idealización que es parte de los discursos binarios.
A diez años de trabajar esta frontera tengo muchos críticas. También tengo muchas propuestas que haré en su momento. Lo que corroboro es que la gran TJ, las ciudades fronterizas en general, son un hervidero de fenómenos punteros de lo que se puede observar varios años después en el centro del país. Si hiciéramos caso a esos fenómenos tendríamos la posibilidad de responder a tantas carencias... Pero se acabaría el "negocio"... La ética de la virtud, una apuesta heurística...
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