Viajar por las carreteras de EUA es todo un espectáculo. La cultura del concreto es sorprendente. La neurosis de la velocidad asusta. La adrenalina de la sobrevivencia ayuda a enfrentar el reto. Anchas carreteras cruzadas por uno o dos puentes que rebasan alturas de la escala humana. El contraste con mi ciudad es enorme. Es ahí donde uno se percata de la distancia entre un país y otro, sin privilegiar a ninguno. O quizá solo evidencia la pequeñez de todos.
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Gran descubrimiento el Downtown de LA. Actividades culturales a diestra y siniestra, feria de libro, exposiciones de arte, librería de viejos en lo que antes era un banco, hipsters jóvenes y no tan jóvenes caminando afablemente por la calle. Olor a mota constante. Cafés de barrio por doquier. Comunidades migrantes que han dejado de ser minoría en un país de migrantes (valga la redundancia). Edificios de gran escala de vidrio que contrastan con una arquitectura de matices barrocos. Un tinte de fantasía que se respira en el resto del país. ME gusta lo que ví en LA. Quiero volver.
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He de reconocer que en estas seis semanas estuve expuesta en varios momentos a una gran felicidad y gozo interior. Ha sido una experiencia reconfortante dejar que la frontera me cruzara. Qué cambió? Deje de verla como un objeto de estudio; es decir, no esperar nada. Simplemente hacer vida fronteriza y dejar que la frontera hablara por sí sola. El resultado: cuestionar mi propia identidad. Un ejercicio enriquecedor en todos sus registros. Volveré o quizá no. Quiero ir a otra frontera, ya no le debo nada a ésta ni ella me debe nada a mí. Estamos a mano.
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Qué te puede deparar entrar a una librería de viejos? Un laberinto en el viaje del tiempo con boleto de salida. Sólo se requiere tener ganas de emprender el vuelo.
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Los pájaros
el vuelo
el aire
la transgresión
el renacer
eso fue la frontera
en esta ocasión
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