Amaneció lloviendo. No hubo tiempo ni ganas para quedarme en casa. Me hubiera gustado ir a la playa. Con lluvia el mar me hipnotiza. Decidí ir a la biblioteca. Siguen sin gustarme las bibliotecas. Traumas del pasado. Ésta en particular tiene su encanto porque tiene vista al mar. En un descuido me cacho perdida en su profundidad. En otro me empiezo a marear. La luz brillante quema los ojos, incluso cuando está nublado.
Que me perdonen mis amigas bibliotecarias pero por qué todas son tan mal encaradas. La profesión debería de ser sensual. Las bibliotecarias deberían de ser sexis. Me explico antes de herir sensibilidades: Transmitir conocimiento es cosa sería. Conocer el ABC de la cartografía disciplinar es una aventura. Ser las amazonas que resguardan los tesoros del saber, las colecciones antiguas, profanas, exquisitas no es tarea fácil y necesita de un trato delicado. Por qué entonces se convierte en sargentos que reprimen. Qué falla en el sistema educativo que hace de la biblioteconomía una profesión menor? Qué hubiera dicho Borges de estas bibliotecas tan incipientes, tan carentes de humanidad?
Pasear por la revu se ha convertido en la distracción cotidiana. Una caminata corta antes de volverme a sentar, ya no en la biblioteca, ahora en un café que hace esquina con la calle quinta. Aquí también me he cachado distraída, observando a la gente que entra, a los que caminan por la calle, a los que platican, a los que como yo matan el tiempo. No hay prisa. Ya no llueve. Hago observación participante, a veces hasta me cuento historias.
Hoy sentí un amor profundo.
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