8.5.13

Día 59

OCaminé ansiosa por la revu después de parar en el café. Me he armado una rutina. Quería una cerveza. Quería sentarme en una barra y hablar con alguien, con alguien que me contara historias, que me sacara de mi ensimismamiento. Entré en un par de sitios, ninguno con encanto. En uno pedí una cerveza. No tenían la que yo quería. Seguí caminando sin rumbo fijo. Pensando en mí, sólo en mí. Fue uno de esos días donde la nostalgia, el avasallamiento mental, la satisfacción de estar en el camino adecuado, la soledad, las ganas de compartir, la tristeza y la alegría se juntan en un sólo sentimiento de angustia profunda, de desasosiego, de redención o de rendición. Después de caminar varias veces por la cuarta y la sexta le hablé al señor José para que me recogiera.
-Donde siempre-me dijo.
-Sí, contesté.
-Pensé que ya se había ido, como no me habló antes- me dijo al subir al taxi. 
Guardé silencio. Sólo atiné a balbucear una tontería. Caminar una hora en busca de un bar y no entrar a ninguno en una zona donde abundan es una situación difícil de explicar. En realidad quería decirle que hoy por primera vez me sentí ajena a ese lugar, que la gente tiene una peculiar forma de hacerte saber que estás de paso. Decidí guardar silencio, escuchar sin atención sus historias. Al llegar a casa nos despedimos y le pedí que pasara por mí a la misma hora. 

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Sobre la hospitalidad:

No existe la hospitalidad pura, como dice Derrida. Me niego a darle la razón a Kant,  tampoco existe la hospitalidad incondicional. Debemos repensar la noción de hospitalidad. Cuales son las condiciones para acoger al otro/a? La ética de la virtud? La experiencia? La sabiduría?

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